Con la llegada de las fechas
navideñas no es difícil encontrar en las programaciones la inclusión del
Oratorio de Navidad de Bach, ese peculiar y complejo «artefacto» del Kantor,
elaborado a partir de fragmentos de otras composiciones propias. Esta
personalísima «parodia musical» correspondía a una práctica bastante frecuente
entre los grandes y atareados músicos del momento; podemos imaginarnos la
sobrecarga de trabajo de Bach en su iglesia de Leipzig, y de ahí el recurso a
estos ingenios. El Palacio de Festivales ha ofrecido este domingo de entrada
del invierno la versión del oratorio bachiano en versión de Il Gardellino
Orchestra, veterano ensemble dirigido por Christoph Prégardien, acompañado del
Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana.
El Oratorio de Navidad está originalmente compuesto por seis cantatas, si bien no suelen ofrecerse
íntegramente casi nunca, dado que su concepto de partida era el de interpretar
una cantata por día durante las fechas señaladas del ciclo litúrgico. En esta
ocasión, se interpretaron las cantatas I (Nacimiento), II (Anunciación), III
(Adoración de los pastores) y VI (Adoración de los Reyes Magos). En total, dos
horas de música bachiana que se sucedieron sin ninguna pausa, a pesar de que
estaba prevista. Posiblemente, el retraso de quince minutos en el comienzo del
concierto (el tenor equivocó la hora de inicio y se presentó con retraso)
aconsejó esta decisión, que no fue la más acertada, ni para el público ni para
los propios músicos.
Si algo tiene la música del
Maestro es el entusiasmo que contagia desde su sobria grandeza. Aun estando
ante una obra litúrgica, hay una magnificencia tan elegante como sobrecogedora
en las partituras del Kantor. Y fue precisamente ese espíritu el que nos faltó
en el concierto de la Sala Argenta del Palacio de Festivales. El sonido de la
orquesta se articuló de forma bastante pulcra, e igualmente se apreció un
propósito de equilibrio entre instrumentos y coro que sin duda se logró; pero
todo quedó en eso. No hubo brillo, no hubo contrastes, no hubo dinámicas bien
definidas, no hubo fraseos bien subrayados, no hubo emoción. Todo sonó plano,
con un tempo mortecino, y sin ese regocijo al que se supone que nos deben
llevar estas cantatas. El coro estuvo correcto pero opaco, sin sonoridad ni
proyección. Prégardien dirigió sin entusiasmo alguno, sin enfatizar las diferentes
secciones orquestales conforme a los pasajes de la obra. Por otra parte,
constituyó una decisión discutible el empleo en exclusiva del órgano de cámara
para el continuo, en lugar de acudir a algún instrumento adicional, pues ello
forzó al resto de instrumentos a descolocarse en el desigual diálogo, e incluso
se oyeron desafinaciones. Únicamente en la última cantata hubo un punto de
resurrección orquestal y coral, pero para entonces la noche ya se había hecho
muy larga.
Sin duda, lo mejor de la velada
fueron las cuatro voces solistas, y ello no sin peros. David Fischer se llevó
la palma claramente, con un esfuerzo más que notable al encargarse de sus arias
y de sus pasajes como evangelista, con lo que su presencia resultó casi
constante durante todo el concierto. Fischer tiene una voz de tenor muy bella y
muy propia para estos repertorios bachianos, con agudos firmes y un instrumento
que no desfallece, y además hace gala de una hermosa prosodia alemana. La
delicia de sus intervenciones lograba compensar en sus pasajes la anodina
interpretación circundante. El resto de vocalistas estuvo bien, aunque exhibió
algunas carencias: Alison Lau nos regaló bellas ornamentaciones en su
cristalino registro alto, pero perdía volumen de forma muy notable al
descender. Aún así, regaló un bonito dúo con el bajo alemán Micha Matthäus, en
«Herr, dein Mitleid», quien hizo gala de un bonito timbre parejo con Lau.
Martina Baroni como contralto desplegó una voz carnosa, con una profundidad muy
acorde con el espíritu de la obra, que no obstante se apagaba en los tramos más
bajos, si bien destacó por su elegante fraseo.
En suma, asistimos a una
noche que distó de ser redonda, teniendo todas las cualidades de salida para
serlo. Poco ayudaron las excesivas toses continuas (no es aconsejable asistir a
un concierto si se padece una gripe severa) y la ausencia total de decoración
navideña. Ni una triste guirnalda nos llevamos a los ojos, ya que a los oídos
nos llevamos solamente medianía.