EL ENEMIGO NO NOS VA A VENCER

Cuando Maria Barbara Bach murió, Johann Sebastian no estaba en casa. El Kantor de Leipzig, que se encontraba de viaje, despidió a su esposa sana en mayo de 1720, y apenas dos meses más tarde ella había desaparecido repentinamente, a causa de una enfermedad infecciosa que se complicó con una neumonía. Ese prodigio sobrenatural que es la Partita para violín número 2, BWV 1004, se cierra con una enigmática chacona en Re Mayor de duración mayor que la del resto de la obra, y que hace las veces de tombeau o lamento, sentido homenaje a la memoria de la compañera que partió. Pero más allá de esa dedicatoria musical, Bach se emplea en una suerte de órfico empeño de rescate de su esposa, planteando una osadía violinística sin parangón, en la que un solo instrumento se desdobla como si abordase con Maria Barbara un diálogo capaz de remontar y sobrevolar el territorio de la muerte. Rendidamente enamorado de la belleza implacable de esta chacona, Brahms llegó a decir un cuarto de siglo más tarde que si él hubiera llegado a ser su autor, la excitación y tensión de concebirla le hubieran vuelto loco. Por fortuna, no llegó a tal extremo cuando compuso su particular (y casi idéntica) transcripción para piano tocado con la mano izquierda, que brindó a Clara Wieck Schumann para que pudiera abordarla en una transitoria lesión de su mano derecha. 


Mientras escuchamos el violín de Bach (Amandine Beyer, Outhere Music, también aquí: https://youtu.be/aZEBGRh59H0) o el piano de Brahms (Anatol Ugorski, Deutsche Grammophon, o bien la versión de Daniil Trifonov aquí: https://youtu.be/y8-nWq6pqag), tenemos la certeza absoluta de que no: el enemigo no nos va a vencer.