ÉPICA Y HONDURA EN LEIPZIG

 


Hay intérpretes y hay programas de los que puede decirse que no cabe sino esperar lo bueno o lo mejor. Es lo que ocurre con una formación de la categoría de la Gewandhausorchester Leipzig, cuya presencia escénica es de por sí imponente, y cuyas cualidades sobrepasan lo extraordinario. La formación lipsiense actúa bajo la dirección del gran maestro letón Andris Nelsons desde hace ocho años, y eso es algo que se aprecia desde los primeros compases, en los que comienza a fluir ya ininterrumpidamente un entendimiento con los músicos que cristaliza en resultados óptimos. Así pues, el Festival Internacional de Santander ha previsto un cierre excelente que, podemos confirmar, no ha defraudado en absoluto al público de la Sala Argenta (con lleno total en ambas jornadas), a pesar de algún cambio sobrevenido a última hora.

En la jornada del sábado, previa a la de clausura, estaba prevista la interpretación de la magna Octava de Shostakóvich, en conmemoración del 50 aniversario del fallecimiento del compositor de San Petersburgo, y asimismo la intervención de la violinista norteamericana Hilary Hahn. Todo ello cambió en última instancia, sustituyéndose a Hahn, lesionada, por Isabelle Faust –honestamente, salimos ganando mucho– y la sinfonía del ruso –qué lastima, pues estábamos deseando escucharla– por la Segunda de Sibelius. La noche se inició con la ejecución de una obra de Arvo Pärt, como sentido homenaje al compositor estonio a escasos días de su nonagésimo cumpleaños: el ‘Cantus in memoriam Benjamin Britten’, composición que brota desde un pianísimo de las cuerdas para ir envolviendo progresivamente en su ascenso al oyente, en una suerte de sudario sonoro que impacta además con la percusión recurrente de una campana melancólica e inquietante. Sin ser la mejor ni más intensa versión que hemos escuchado de esta obra, sirvió de introducción de circunstancias al ‘Concierto para violín en la menor, op. 53’, de Dvořák, plato fuerte de la primera parte de la noche, así teñida del romanticismo otoñal checo. La composición es tan brillante como complicada, y los de Leipzig sacaron los mejores colores a la partitura, mientras Isabelle Faust deslumbraba en sus intrincadas partes por su precisión, refinamiento y claridad, y por su diálogo inteligente con la orquesta, haciendo gala de un fraseo chispeante que literalmente burbujeaba en el casi furioso tercer movimiento, mientras Nelsons la seguía con devoción. La profunda elegancia de Faust fue muy aplaudida, y la violinista alemana nos dedicó un bocado exquisito, testimonio de su arraigada querencia barroca: el “Preludio”, “Passagio roto” y “Andamento veloce” de los ‘Ayres para violín’ de Nicola Matteis. Ya en la segunda parte del programa, Andris Nelsons nos arrebató con una prodigiosa lectura de la Segunda Sinfonía de Sibelius, en la que subrayó su poder sin renunciar a una visión más intensa y meditativa, que se tradujo en ‘tempi’ alargados –diríamos que gloriosamente alargados–. Su control de las dinámicas y de los detalles más nimios de la orquestación fue sublime. Dirigiendo a ratos manteniendo su mano izquierda apoyada por su espalda en la barandilla del podio, a ratos con ambas manos, extrajo contrastes maravillosos de la partitura del finés –qué asombro esos ‘pizzicati’ poderosos del segundo movimiento, qué fusiones de sonido, qué radiantes los vientos-maderas–, en una suerte de trance de hiperconcentración que hizo sonar a la orquesta cada vez más honda y épica hasta el estallido de metales final. Ovación, lógicamente.

La jornada de clausura estuvo dedicada a un repertorio más habitual y querido por la orquesta de Leipzig: la llamada ‘Sinfonía de la Reforma’ de Mendelssohn y ‘Un réquiem alemán’ de Brahms, ambas temáticamente relacionadas por el nexo de Lutero. Nelsons modificó varios de los atriles respecto del día anterior, optando en esta jornada por un primer violín sumamente expresivo y entregado (a punto estuvo de caer de su silla en su expansión interpretativa).

La Quinta de Mendelssohn fue interpretada por primera vez en 1868 por los de Leipzig, lo cual no es escasa referencia a día de hoy. El maestro letón presentó una versión de sonido poderoso y compacto, sin renunciar a una precisa delimitación de planos, con pasajes transparentes. Nuevamente inmerso en la introspección de que ya había hecho gala en la jornada previa, dio aliento inusitado a la cuerda, que sonó con embriagadora redondez. A continuación, y desde la preciosa espiritualidad del ‘andante’, culminó Nelsons la faena pespunteando una aérea fantasía sinfónica sobre el coral luterano “Ein’ feste Burg ist unser Gott” (“Una poderosa fortaleza es nuestro Dios”). Tras este buen comienzo, llegó la noche a su punto más alto: ‘Un réquiem alemán’ es un reto para cualquier agrupación, y Nelsons hizo traer una silla alta al podio, consciente de la dedicación que se le avecinaba. Prosiguiendo en su tono absolutamente concentrado, acometió la obra prestando atención al dibujo estructural y enfatizando la claridad en el fraseo, todo desde un ‘tempo’ pausado y solemne que prestó adecuada teatralidad a la partitura. Esenciales en esta parte fueron los solistas Christian Gerhaher y Julia Kleiter. El barítono alemán desplegó en los movimientos tercero y quinto las conocidas capacidades expresivas de su instrumento, aunque sonó algo forzado en algunos pasajes; no obstante, transmitió con veracidad la incertidumbre del hombre ante la muerte en “Herr, lehre doch mich, daß ein Ende mit mir haben muss” (“Señor, dame a conocer que habré de tener un fin”). Julia Kleiter nos dispensó una breve pero preciosa intervención, de cristalino ensueño, en la maternal “Ihr habt nun Traurigkeit” (“Ahora estáis tristes”). El Orfeón Donostiarra se presentó en esta ocasión con mejores mimbres de lo acostumbrado, con apabullante sonoridad en especial en “Denn alles Fleisch es ist wie Gras” (“Porque toda carne es como la hierba”). Mostraron, pues, el deseado volumen, y también alguna destemplanza, sobre todo entre las voces femeninas. Se dispensó una fuerte ovación, que propició que Nelsons saludara por doquier a sus músicos y los hiciera levantar para recibir sus merecidos aplausos.