Tras unas muy buenas
jornadas precedentes en el Festival Internacional de Santander, en la noche del
domingo finalmente se alcanzó la auténtica excelencia, siempre tan ansiada en
este tipo de programaciones de formato festival. La Orquesta China del National
Center of Performing Arts (generalmente conocida como China NCPA Orchestra) nos
sumergió en una velada de verdadero lujo con un programa muy variado y de
altísima dificultad, interpretado por unos músicos en los que brilló la técnica
impoluta, la comprensión de las piezas y el compromiso emocional con su
concierto y con el público.
Como no podía ser de otro
modo, la noche se inició con música oriental, en concreto con la suite para
orquesta Wu Xing (Cinco elementos), del compositor chino Qigang Chen, uno
de los más relevantes de la contemporaneidad, director musical de la ceremonia
de apertura de los Juegos Olímpicos de Beijing, y que fue en su juventud el
último y muy admirado alumno de Olivier Messiaen. Dedicada a los cinco
elementos esenciales del universo chino según el Rey Yi (metal, madera, agua,
fuego y tierra), Wu Xing es una composición muy bella de en torno a diez
minutos, de un aroma que recuerda por momentos los jardines musicales del
maestro Takemitsu, con una presencia muy destacada de las secciones de madera y
metal. Fue interpretada de manera magnética por la orquesta china, encadenando
sutilmente los elementos aludidos en la suite, creando una atmósfera sensible y
misteriosa, también con pasajes contundentes.
El difícil y a la vez
juguetón Concierto para piano y orquesta en Sol Mayor de Ravel fue la segunda
pieza de la noche. En esta bellísima composición asistimos a variados estilos
musicales que evocan el jazz, el cine, lo marcial… lo que favorece que la
orquesta brille tanto en conjunto como en diferentes instantes solistas completamente
mágicos, como de hecho sucedió con la NCPA, que inició la composición con un
delicioso despliegue de color instrumental. Absolutamente encantador resultó el
consecuente adagio, que en el piano de Bruce Liu lució sensual, lírico y
atrevido, con evidente dominio de la partitura y de su espíritu; su diálogo con
el corno inglés resultó absolutamente conmovedor. El presto final nos
arrebató con su esplendor, sus arpegios, sus escalas cromáticas, sus perfectas
trompas, su virtuosismo, en suma, transmitido a la perfección por la entregada
orquesta. Ante la avalancha de merecidos aplausos, Bruce Liu salió a
continuación a ofrecernos una exquisita propina, el Nocturno en do sostenido
menor, núm. 20 de Chopin, que Liu acometió con una transparencia en la
articulación y una lectura tan sumamente delicada que nos emocionó.
Tras el descanso, sobrevino
la tercera obra de la noche, y no precisamente menor: la Sinfonía núm. 3 en do
menor, op. 78, dedicada a Lizst por el organista de París, Camille Saint-Saëns.
Si a lo largo de todo el concierto el desempeño de la orquesta resultó
excelente, en esta última composición nos deslumbró particularmente el
extraordinario quehacer de su director, el surcoreano Myung-Whun Chung.
Exhibiendo los modos elegantes del pianista que es también, el maestro dirigió
desde el podio una tan densa masa orquestal sin aspavientos, con suavidad y
contundencia, con entradas perfectas, sin partitura y con total claridad de
ideas, haciendo las precisiones justamente necesarias a unos músicos que
rodaban solos en una sinfonía que solo puede calificarse de gloriosa, con su
órgano y su piano a cuatro manos, y en suma, con una orquesta en estado de
gracia en todas sus secciones.
Al fin de la noche, y ante
la inevitable ovación, los chinos resurgieron y nos regalaron, en claro
homenaje, una trepidante y apasionada versión de la obertura de Carmen, de
Bizet. Sin duda, presenciamos la mejor noche del Festival –por el momento, al menos— y un
concierto para el recuerdo; del que también se hizo eco, por cierto, la
televisión china.