El Festival Internacional de
Santander recuperó para su segunda jornada un escenario muy querido y añorado:
el bello claustro de la Catedral de Santander. Tuvo un algo de magia convocar
al público en ese lugar para escuchar un maravilloso concierto de flauta a
cargo de Giovanni Antonini; y decimos lo de la magia porque al carácter alígero
de la flauta del maestro milanés se sumó la ligera brisa vespertina que se
deslizaba hasta el claustro y agitaba el árbol, generando un bisbiseo de hojas
que parecía discurrir al unísono con los etéreos sonidos del concierto,
ubicándonos en un improvisado locus amoenus. Así pues, aplaudimos el rescate
de este magnífico escenario –estaba lleno, por cierto– para la ejecución de
obras delicadas y de pequeño formato como las que presenciamos anoche, dado que
además la acústica acompaña.
“It’s as easy as lying” es
el título que Antonini quiso dar a su programa, haciendo alusión a un pasaje de
Hamlet en el que el príncipe interpela a Guildenstern para que toque una flauta, y
cuando éste afirma que no sabe, Hamlet le indica que es tan sencillo como
mentir, aludiendo abiertamente al carácter falaz del personaje. Pero
Guildenstern contesta: “No sabré sacarle ninguna melodía. Me falta el arte”. Y,
en efecto, qué fácil parece tocar una flauta, y qué difícil es en realidad
(nada que ver con el aserto de Hamlet). Antonini apeló a sus mejores
virtudes para demostrarlo en una noche única, en la que hizo alarde de la más
pura verdad.
Puede parecer suicida
plantear un concierto sustentado únicamente en semejante instrumento, pero
Antonini despejó cualquier duda al respecto, atrayéndonos con maneras de
elegante juglar que va desgranando los secretos de ese particularísimo sonido,
primero desde una suerte de aulós de doble caña –empleado para acometer una
preciosa pieza anónima del Trecento italiano, ‘Isabella’– y después exhibiendo
una espectacular colección de instrumentos, a cual más hermoso, a razón de uno
por cada pieza de repertorio. Se sucedieron de este modo piezas de los Países
Bajos del siglo XVII, y en particular esa composición del campanero ciego Van
Eyck titulada no por casualidad ‘El jardín de las delicias de la flauta’, con
preciosas ornamentaciones y una articulación prodigiosa. A continuación,
viajamos hasta el París Rococó de la mano de Hotteterre, fabricante de
instrumentos de viento para la corte de Luis XIV, de cuya mano brotaron cuatro
delicados preludios para flauta de pico (‘L’Art de Préluder’, 1719) y una suite
(la tercera del ‘Primer libro de piezas’, de 1715), que Antonini nos transmitió
sin interrupciones y alternando dinámicas y exquisitos fraseos, sin traicionar
el espíritu afrancesado aunque sobrio de las obras. Qué flautas divinas empleó
el milanés para acometer seguidamente obras del prolífico Telemann, en
particular tres de sus ‘Doce fantasías para flauta’ (1733), en las que mostró
una capacidad pulmonar de ensueño para acometer contrapuntos asombrosos en un
instrumento monódico y transmitir las emociones propias de la adaptación de las
tonalidades de las fantasías (la menor, mi menor y si menor). Previamente, hay
que decir, Antonini nos había regalado dos páginas orientales del compositor
coreano Isang Yun, pertenecientes a sus ‘Chinese Pictures’, de 1993, recorridas
por un etéreo ensimismamiento. Y al fin, se cerró el concierto con la única pieza
de Bach compuesta para flauta, la difícil y virtuosística ‘Partita en do menor,
BWV 1013’ (original en la menor, 1713),
con sus cuatro movimientos en suite, de los que Antonini exprimió al máximo su
belleza polifónica y contrapuntística.
Fue muy aplaudido el
maestro, y con razón, por el público congregado y seducido por tan singulares
músicas, y en premio se nos obsequió con otra encantadora pieza italiana
contenida en el mismo manuscrito de la British Library que custodia el
‘Isabella’ inaugural: ‘Il Lamento di Tristano con la sua Rotta’, asimismo del
siglo XIV, istampitta interpretada con un austero instrumento que nos fascinó
con su dulzura y nos encandiló como solo puede hacerlo el más leve y libre
cántico de un ave.