Deliciosa jornada bachiana
la que nos deparó la noche del martes el Festival Internacional de Santander
con el denso programa protagonizado por el violinista griego Leonidas Kavakos
con su agrupación de cámara, el ApollΩn Ensemble, fundada por el virtuoso de
Atenas en 2022 a partir de una selección de seis jóvenes músicos griegos con
premios y reconocimientos de importancia en su haber.
En estos tiempos en que la
vulgaridad ha llegado a impregnar incluso determinados paisajes de la música
clásica más noble, con programas mal armados, conceptos absurdos y velocidades
insoportables, todo ello en aras de la captación de públicos heterogéneos y
casi nunca bien informados (la supuesta “democratización” de la cultura es una
de las grandes mentiras de la Historia), escuchar un programa sobrio como el
propuesto por el maestro Kavakos supone un oasis inspirador en un desierto
amenazante.
El maestro griego dejó bien
claro que Bach no es una cuestión de un verano en un festival, sino de años de
estudio y de investigación sonora. Según el mismo ha declarado, y según puede
leerse en las notas del registro discográfico que ha grabado en 2024 para Sony
con exactamente el mismo programa interpretado en el FIS, se enamoró del Concierto
en re menor 1052R ya en los años 80, y desde entonces ha estado buscando,
en conjunción con otros músicos, y escuchando innumerables versiones
(destacando la de Kuijken) la mejor forma de abordar estas indescriptiblemente
bellas obras del Kantor. En este sentido, Kavakos ha llegado finalmente a una
opción de interpretación a caballo entre el historicismo conceptual y la
interpretación contemporánea: es lo que el violinista concibe como “enfoque
contemporáneo informado”, con un espectacular Stradivarius en el que no hay
cuerdas de tripa, ha aplicado cantonera y que toca con un arco Tourte del XIX,
por sus específicas posibilidades de articulación y colorido.
Así pues, en una perfecta
síntesis de logro de sonido y autenticidad, fue desgranando Kavakos en una Sala
Argenta bastante llena el infinito de Bach, contenido en sus conciertos para
violín. En ningún momento hubo prisas, antes bien, se demostró que la serenidad
puede llegar a ser un lujo. El maestro se tomó su tiempo no ya entre
conciertos, sino entre movimientos, en un ejercicio de pura concentración,
transmitiendo esta espiritualidad a un público que se mantuvo en silencio
total. No hubo la menor tensión a pesar del reto de la partitura: el sonido del
violín de Kavakos fluye con naturalidad y elegancia, con dominio técnico
absoluto y una exquisita articulación. Introduce bellos adornos que nos
sorprenden y rompen la rutina de una interpretación convencional, sin manchar
un ápice la extraordinaria limpieza de su ejecución.
El ensemble funciona
maravillosamente ante las casi imperceptibles indicaciones que les hace el
maestro; meras miradas que colocan todo en su lugar correcto. Realizaron los
músicos una fantástica tarea, arropando con precisión y de modo perfectamente
conjuntado el despliegue bachiano. La cuerda suena magnífica, pero también hay
que subrayar la tarea de Iason Marmaras al clave, con importantes
intervenciones, subrayando y ensalzando las interpretaciones de todo el
conjunto.
Fueron muchos los aplausos
que se dedicaron a los excelentes intérpretes, que nos obsequiaron con dos
nuevas páginas bachianas: la ‘Sonata en mi menor para violín y continuo, BWV
1023’ y el “Air” de la ‘Suite orquestal núm.3 en Re Mayor’.
Ha indicado Leonidas Kavakos
en alguna ocasión que la música de Bach crea un paseo divino y nos transporta a
lugares donde toda alma humana desearía estar. Eso es justamente lo que
sentimos al salir de su concierto: una suerte de infinita paz y de sanación del
alma.