JUGANDO EN CASA

 


Velada esperada, por mediática, la que se desarrolló en la noche del domingo en el Festival Internacional de Santander: la presencia de la pianista georgiana Khatia Buniatishvili hizo que se colgara el “no hay localidades” desde hace ya semanas. A la asistencia de la estrella había que sumar la primera vez en España de la Orquesta Sinfónica de Melbourne, dirigida por un santanderino ejerciente de tal: Jaime Martín. El programa previsto es de los conocidos y sonoros: el Concierto para piano y orquesta núm. 1, op. 23 de Chaikovski y los Cuadros de una exposición de Músorgski (con orquestación de Ravel), precedidos de un poema sinfónico –Haunted Hills– de la compositora australiana (como no podía ser menos) Margaret Sutherland. Con tales mimbres, era difícil no poner en pie a priori al público de la Sala Argenta, con independencia del transcurso de las músicas programadas.

La obra de Sutherland, sin ser una pieza que cause asombro alguno, resultó grata y bien desarrollada, en una progresiva escalada sonora desde la pausada contemplación hasta el énfasis final. La difícil biografía de la compositora, plagada de obstáculos por escribir música en unos tiempos en que tal actividad no parecía tarea propia de mujeres, justifica de algún modo su presencia en el programa.

Tras esta introducción sobrevino la parte más “glamurosa” de la noche, con el archiconocido concierto de Chaikovski y la irrupción en escena de la carismática Buniatishvili, enfundada en un bonito vestido oscuro con ligera capa y con su rebelde pelo suelto. Martín busca siempre el efecto sonoro en sus lecturas, en demérito de la claridad y la finura en la línea, lo que se traduce en versiones con volumen pero descompensadas. Las secciones de la orquesta no brillaron en este concierto de Chaikovski, sino que más bien se amalgamaron en la innecesaria persecución de un sonido ampuloso, dando lugar a pasajes borrosos. En las páginas en que el piano no intervenía como solista, éste se vio completamente opacado por el sonido desproporcionado de los músicos de la OSM. Por su parte, Buniatishvili interpretó su parte exactamente como se esperaba: (escasos) momentos brillantes con una clara articulación y evidente implicación, frente a pasajes predominantes en que los golpes de cabeza y un tempo en exceso acelerado pasaron su factura en forma de notas empegotadas, con ausencia de contrastes y de un fraseo bien meditado, dificultando de paso la dirección de Martín, que sudó lo suyo para acomodarse a los caprichos musicales de la diva. Tampoco se privó la georgiana de pisar con saña el pedal, desfigurando la partitura y extrayendo del piano quejidos que Chaikovski no concibió. No obstante, tal desmelene fue muy del gusto del público de la Sala Argenta, que aplaudió hasta obtener una propina: la famosa transcripción de Bach del adagio del Concierto para oboe, en re menor, de Marcello.

Tras el descanso, la noche se recompuso un tanto, con Martín bastante más inspirado en la presentación de la galería pictórica de Músorgski. Tal vez la estructura de la obra en diferentes cuadros, sin necesidad de un hilo conductor prolongado y perfectamente entretejido, facilitó que todo sonara mucho mejor colocado, aun con la preeminencia que el santanderino suele conceder a los metales; en las “Catacumbas”, no obstante, se apreció el subrayado equilibrio que tuvo que sostener entre el metal y la cuerda, permitiéndonos al fin escuchar con limpieza esta bonita sección de la OSM. Martín prescindió de batuta y se le vio cómodo en la dirección, con sus conocidos gestos intensos y de brazos amplios. Con “La gran puerta de Kiev” se remató con previsible sonoridad de la orquesta en su conjunto un concierto en el que el público estaba ya entregado de antemano. Tras unas palabras de Martín que subrayaron su vinculación con Santander y con el FIS ya desde su infancia, como oyente en la Porticada, sobrevinieron más ovaciones y dos propinas: la vivaz y enérgica obertura de Ruslán y Liudmila, de Glinka, seguida de una melosa y emotiva canción tradicional irlandesa, Irish Tune from County Derry, en arreglo de Percy Grainger.