DANZA CONMOVEDORA Y ANCESTRAL


 

Es posible que pocas veces nos hayamos sentido tan conmovidos ante una expresión dancística como en la noche de este domingo, en que retumbaron en el Festival Internacional de Santander los latidos ancestrales del corazón, la feminidad atávica y la lucha constante entre el día y la noche, entre el bien y el mal, entre la memoria y el olvido. La Compañía dirigida por el coreógrafo británico-bengalí Akram Khan nos conmocionó con su exposición de sentimientos primitivos y eternos en Thikra: Night of Remembering, oscilante entre el baile contemporáneo y el Bharatanatyam, una de las danzas clásicas más antiguas de la India.

‘Thikra’ en árabe viene a significar recuerdo, y con ese concepto como hilo conductor se nos plantea una historia sencilla pero intensa, protagonizada en exclusiva por un elenco de diez bailarinas deslumbrantes, procedentes de diferentes puntos geográficos. La experiencia del espectáculo es absolutamente inmersiva, tanto en su propuesta narrativa como en su uso de la música, que se eleva muchos decibelios para que no haya escapatoria emocional, creando una atmósfera envolvente y, a ratos, asfixiante. Desde el primer momento nos captura ese cuerpo de baile como un bloque perfectamente sincronizado que se mueve en torno al espíritu limpio, cándido en un sentido etimológico (blanco brillante), que se quiere invocar con la ayuda del rito y de una roca con trazos de una escritura sagrada, y que se nos muestra en todo su esplendor. Las fuerzas oscuras aniquilan ese espíritu alígero en una coreografía tenebrosa y la matriarca de la congregación conjura ese arrebato con un solo de danza que nos deja sin aliento. A continuación, se sucede un gráfico duelo entre poderes, ejecutado por dos bailarinas cuyo incesante y vigoroso antagonismo nos sobrecoge: la oscuridad contra la claridad, la maldad contra la bondad, la muerte contra la memoria. El virtuosismo dancístico de estas bailarinas es hipnótico. La preciosa música de Aditya Prakash se empieza a entremezclar como una serpiente sonora con una partitura bien conocida para nosotros: el “When I am laid on earth”, de la ópera Dido y Eneas de Purcell, con una desgarrada y adaptada interpretación de ese pasaje en el que Dido suplica que no la olviden: “Remember me, remember me, but ah! forget my fate”. Esa reiterada invocación a la memoria, tan fundamental para el espectáculo de Khan, traza una coreografía de liberación en que la hechicería deja paso a la verdad, a la historia propia, a la sanación. La matriarca se retira al fin a la gruta sagrada cubriéndose con un manto mágico que devuelve a la comunidad su identidad y su descanso.

Entre la exquisitez de la técnica más impecable y la seducción sin palabras de lo primigenio, logra Akram Khan implicarnos hasta la médula en su propuesta, despertando nuestras emociones más arraigadas. Si a ello se suma un trabajo de luces que extasía, un precioso vestuario tradicional de sus bailarinas y un concepto visual que encanta por su oscilación entre la magia y el terror, tenemos lo que se vio en la Sala Argenta: un espectáculo profundamente espiritual e intuitivo a la vez, del que se sale estremecido y con la sensación de haber asistido a algo único.