En este fin de semana hemos
asistido a una nueva noche de danza en la programación primaveral del Palacio
de Festivales, esta vez a cargo de la Martha Graham Dance Company, que pretende
sustentar el legado dancístico de su mítica creadora mirando hacia los logros
del pasado y también hacia nuevas coreografías, creadas en colaboración con
bailarines de primera línea. La directora artística de la MGDC, Janet Eilber,
presentó con entusiasmo esta cita en el escenario santanderino –Graham 100–,
congratulándose por los cien años de existencia de la compañía y desvelando el
contenido coreográfico de la noche, con expresa descripción de los elementos
conceptuales de cada uno de los cuatro títulos ejecutados.
En la primera parte,
Diversion of Angels e Inmediate Tragedy constituyeron el testimonio del
legado expreso de Graham, en dos coreografías alumbradas por la estadounidense.
El primero de ellos es un montaje coral, en el que varios dúos interactúan, escoltados
por otros bailarines, para presentarnos diferentes facetas del amor. En esta
pieza se aprecian algunas de las señas de identidad artística de Graham, con
sus muy subrayados equilibrios, sus talones adelantados, sus contracciones y
relajaciones… y una música eminentemente americana en sus 40s. A continuación,
Inmediate Tragedy es una obra para bailarina sola, creada en 1937, en
respuesta al horror que sugería la Guerra Civil española. Se trata de una
coreografía reconstruida por Eilber a partir de imágenes y archivos
recientemente descubiertos, y resulta visualmente hermosa (el colorido traje es
tan español) y muy emotiva en su señalamiento de la mujer como pieza clave de
resistencia.
La tercera pieza de la
primera parte, We the people, es una obra muy próxima en el tiempo, del año
2024, creada por el coreógrafo miamense Jamar Roberts, aunque estéticamente
remite a visiones folk y country norteamericanas e incluso al cine musical. Es
una obra esencialmente coral, con variedad de registros, cambios de vestuario y
color, y muy dinámica en general. Es una obra popular, además, en la que se resalta
el peso conceptual de la ciudadanía trabajadora, de a pie, en la difícil y no
siempre satisfactoria construcción de la identidad nacional.
Ya en la segunda parte, y
como broche de la velada, se nos presentó CAVE como única coreografía, una
pieza del israelí Hofesh Shechter del año 2022, que bebe de la electrónica, del
primitivismo, de lo tribal, de la necesidad de expansión y catarsis. El cuerpo
de baile al completo se entrega hipnóticamente, casi como si de una posesión se
tratara, a la transmisión del sonido que se adueña de los cuerpos, primero como
un latido y después como un arrebato. Especial importancia adquieren los
brazos, incluso los dedos de las manos, que trazan bellas composiciones en
alto, como un bosque agitándose en completo éxtasis. Esta pieza suscitó mucho
entusiasmo en el público de la Sala Argenta, sin duda contagiado por los sones
atávicos (y un tanto after-ibicencos, no vamos a negarlo) de la música de
Shechter.
En suma, la noche de Graham
fue grata en su recorrido diacrónico, y aunque la técnica de la coreógrafa
estadounidense no puede –lógicamente– sorprendernos ya como lo hizo hace cien
años, es cierto que gusta ver los referentes a que apelan tantos montajes de la
danza contemporánea.