CONCIERTO PARA CIEGOS

 


Este reciente jueves de asueto general ha sido el día elegido para proponer en la programación una suerte de “experimento” dentro del marco del Festival Internacional de Santander; en concreto, un cambio en el escenario designado para el desarrollo del concierto del ensemble de cuerdas Cosmos Quartet, que se trasladó desde la habitual Sala Argenta del Palacio al vestíbulo de Reina Victoria, donde se habían dispuesto unas cuantas sillas. Lamentablemente, la innovación no benefició a los músicos ni a los asistentes, entre los cuales se registraron numerosas quejas.

El Cosmos es una fantástica agrupación que cuenta ya con diez años de excelente trayectoria y que, estimamos, hubiera merecido un mejor espacio para apreciar en la debida forma su programa. La magia de un cuarteto de cuerdas estriba precisamente en el seguimiento del desempeño de los diferentes miembros, lo mismo individualmente que en su interacción con el resto del grupo. Cuando este encanto se suprime, el concierto queda de algún modo amputado. Particularmente, puedo indicar que en la primera parte de la noche solo vi la cabeza de Lara Fernández (viola) y la bóveda craneal de Oriol Prat (violonchelo), en tanto que en la segunda parte no llegué siquiera a atisbar en ningún momento a la pianista invitada, Noelia Rodiles, de quien me dijeron que llevaba un vestido azul noche. El sonido del piano, por otra parte, se vio perjudicado con la elección del peculiar espacio, resultando bastante opaco (al menos desde donde quien esto escribe se encontraba). Entendemos que estas ocurrencias quedan bien para una foto de periódico o una toma en Instagram con toda la plana mayor de melómanas autoridades en la primera fila, o incluso para una cita con un grupito informal o una actividad infantil distendida, pero si hablamos de escuchar música en serio es mejor experimentar tan solo con gaseosa y no someternos al síndrome de la cabeza pendular (caput oscilantissimum) para intentar ver algo. A nuestro alrededor todo eran protestas, y podemos atestiguar que con razón.

En fin, que dicho esto, los integrantes del Cosmos Quartet demostraron de nuevo ser un buen ensemble incluso en tales condiciones. La sonoridad se resintió, pero se compensó con su intensidad y entrega. Bernat Prat, Helena Satué, Lara Fernández y Oriol Prat acometieron con compromiso y compenetración el célebre cuarteto schubertiano D.804, op.9, ‘Rosamunde’; cuarteto que en su momento supuso una singular variación de tono en el haber de un Schubert enfermo de sífilis y desengañado del amor. Con buenos ataques y acentos subrayados (aunque el chelo sonó demasiado suave, un poco rezagado), se nos presentó con transparencia esta pieza grácil y serena al tiempo, con ese característico Andante tan poético. La segunda parte de la velada se dedicó también a Schubert, y en concreto a su también célebre quinteto D.667, ‘La trucha’, que tanto gusta por su peculiar combinación instrumental (que incluye violín, viola, chelo, contrabajo y piano) y por esas preciosas variaciones que brotan tras el Scherzo como un enhiesto surtidor de agua fresquísima. Los músicos de cuerda supieron resaltar los contrastes del quinteto y destacaron por su dominio de las dinámicas; el contrabajo arropó con solemne dulzura, y viola y chelo respondieron en general bien empastados y luminosos en su Allegro giusto final. Lo que pudimos oír de Noelia Rodiles fue bueno, aunque vagamente emborronado en alguno de sus pasajes más sustanciales (variaciones cuarta y sexta).

El formato del concierto –por otra parte, breve– tampoco favoreció el aplauso habitual del público ni la posibilidad de propinas. Ojalá la tentación del minuto de gloria de Instagram no se vuelva a repetir.