EL ARTE FRENTE AL PODER

 



En este fin de semana se ha estrenado en la Sala Pereda del Palacio de Festivales de Santander la obra Música para Hitler, drama publicado en El Toro Celeste por Yolanda García Serrano y Juan Carlos Rubio hace ya cuatro años, y que ha escogido el espacio escénico santanderino para cobrar vida en las tablas. En estos tiempos convulsos de tensos síes y noes en Oriente y Occidente, Música para Hitler parece de algún modo recrear ese ambiente actual de riesgo y posicionamiento ante situaciones políticas tan urgentes como escabrosas.

Estamos ante un texto correcto, sin grandes alardes, en el que parecen predominar la voluntad de aleccionar o ejemplificar. Para ello se escoge a un personaje en general muy admirado por el público, el chelista Pau Casals, bien conocido por haber protagonizado diversas anécdotas en contra de la Revolución Rusa y del nazismo, o a favor de Israel. Como antagonista se introduce a Johann, militar adscrito a la Gestapo, hombre intelectualmente brillante aunque profundamente comprometido con el régimen, quien tiene encomendada la misión de lograr que Casals acepte tocar para Hitler en una importante celebración inminente en Berlín. La duración de la obra abarca en puridad una jornada, en la que se producen las dos visitas del militar al chelista con el fin de obtener una respuesta al encargo. Desde el comienzo, y en un aparte, se nos detalla la estructura de la Suite número 1 de Bach, tantas veces interpretada por Casals, cuyos movimientos van a estructurar paralelamente el desarrollo de los hechos expuestos, en una intensidad creciente que se resuelve al fin de manera parcialmente inesperada.

La anécdota se nos presenta como si fuera real, aunque entendemos que más bien posee sentido metafórico, dado que Casals ya había tenido dos sonados encontronazos previos con el régimen nazi y no parece probable que volvieran a hacerle una propuesta semejante, y además aceptar un “no” sin consecuencias. En realidad, el asunto que García y Rubio nos proponen no es nuevo, en el sentido de que ya varios dramaturgos (Jeffrey Hatcher, Juan Mayorga, Felipe Vega…) han recurrido a la imagen del conflicto ético de un artista muy reconocido frente al poder, y en especial frente al poder nazi, que ha constituido una cantera bastante generosa para la literatura y el cine. En este perfil de obras, además, el arte siempre funciona como tabla de salvación frente al horror. Música para Hitler no es una excepción, y en ella se acaba subrayando la supremacía de la música sobre los delirios fanáticos del totalitarismo. No sabemos si creerlo, pero lo compramos.

Los hechos tienen lugar en la pequeña ciudad francesa de Prades, situada en los Pirineos Orientales, y en particular en la modesta casa del músico. En escena aparecen otros dos personajes que, en realidad, poco o nada aportan al sentido de la obra: Tití, resignada compañera de Casals con la que éste egoístamente jamás quiso casarse, y que bien podría ser objeto de una obra en sí misma, y su sobrina Enriqueta, caprichosa adolescente totalmente prescindible.

Carlos Hipólito se encarga de interpretar con obstinada pasión al chelista catalán, mientras que Cristóbal Suárez, de excelente porte, da vida a un templado oficial Johann. Kiti Mánver resulta encantadora, como de costumbre, en el afligido papel de Tití, y Marta Velilla cumple con su deslucido papel de Enriqueta. Todo queda funcionalmente apañado en la escenografía de Leticia Gañán. Da la impresión de que la obra hubiera ganado bastantes enteros si se hubiera elevado la profundidad de las intervenciones y se hubiera enfocado el asunto como un duelo verbal entre Casals y Johann; algo que no sería en absoluto original, pero que hubiera logrado que no nos desconcentráramos con las tartas y las tazas y los amoríos de las mujeres de la trama.