Tras el preceptivo descanso
navideño, retorna a la Sala Pereda Palacio de Festivales de Cantabria la
actividad teatral con una convocatoria, atractiva en principio, protagonizada
por uno de los últimos textos llevados a escena por Juan Mayorga: La
colección.
La colección se nutre de
varios elementos frecuentados de manera recurrente por su autor: las
matemáticas, con su puente directo hacia lo abstracto y la filosofía; la
reflexión sobre el valor de las palabras y el de su envés, el silencio; la
relación entre los miembros de la pareja; el papel de la memoria y de nuestro
vínculo con el mundo; un cierto gusto por el misterio y por los juegos. Todo
ello configura una seña de identidad propia pero, también, una reiteración que
se torna previsible y necesita de grandes actores para salvar los muebles. Es
lo que le ocurre a La colección, un ensayo un tanto paranoide sobre la
necesidad de preservar y/o transmitir de forma íntegra lo que es y atesora el
ser humano en su devenir, que no se sostendría si no fuera por la buena interpretación
de José Sacristán (con algún tropiezo que soluciona con sus inmensas tablas) y
Ana Marzoa.
Y es que la premisa de La
colección es sencilla, en realidad, y se expone y hasta desarrolla claramente
en los primeros veinte minutos de la obra. El tiempo restante (son dos horas de
carrete) se dedica a volver sobre lo mismo una y otra vez, de modo que las
palabras ‘colección’ y ‘coleccionista’ llegan a marearnos sin demasiado
provecho. Sacristán y Marzoa entran y
salen de escena repitiendo incesantemente la misma idea, a veces solos, a veces
a dúo. Hay un par de metáforas que aderezan el guiso (la carta de Guimarães y
el álbum de fotos de boxeadores derrotados), y que no varían de forma
sustancial el mensaje. La escenografía, al menos en Santander (no así en otros
lugares, según he podido comprobar), resultó totalmente estática y carente de
encanto (el óculo cenital del que se habla no llegamos a catarlo en ningún
instante, presenciando solo pilas de cajas en un entorno gris). El desempeño de
Zaira Montes e Ignacio Jiménez es correcto, pero no aportan mucho a la trama
salvo algo de innecesaria oscuridad.
Es evidente en esta obra la
deuda de Mayorga con la filosofía de Walter Benjamin, y es imposible no pensar
en un librito como Desembalo mi biblioteca. El arte de coleccionar, que
contiene las mismas ideas de base de La colección, e incluso habla expresamente
de la necesidad de encontrar un heredero para nuestro legado en su conjunto.
Pero hay que decir que el opúsculo de Benjamin es excelente y se lee en menos
tiempo.
A todo esto, debe comentarse que para acceder a la Sala Pereda hubimos de hacerlo por la zona lateral (la de seguridad), generándose un tapón importante bajo la lluvia. La salida se efectuó por el mismo lugar, pudiendo apreciarse que, de producirse algún incidente, la seguridad hubiera brillado por su ausencia y la catástrofe hubiera estado servida en bandeja. Todo ello a causa de que la puerta habitual de acceso (trasera) estaba estropeada, a lo que se suma la inhabilitación desde hace meses de la puerta principal frontal. Se ve que a la Consejería de Cultura le importa muy poco el Palacio de Festivales, ya que lo mismo despide a su programador sin dar explicaciones que maltrata a los espectadores sin miramiento alguno. Más desmanes para su propia colección.