Casi como anticipo del
inminente espíritu festivo que se avecina por las Navidades que ya aguardan, se
ha presentado en el Palacio de Festivales de Cantabria un programa barroco de
piezas tan conocidas como efervescentes: la Música Acuática (suites HWV 348 y
349) y la Música para los Reales Fuegos Artificiales (suite HWV 351) de Georg
F. Handel, a las que se añadió la deliciosa y colorida Suite para orquesta
número 3, en Re Mayor, BWV 1068, de Johann Sebastian Bach. El concierto se
desarrolló en la Sala Argenta a cargo de la orquesta Le Concert d’Astrée,
dirigida por su fundadora, la bien conocida Emmanuelle Haïm.
Ciertamente, el programa no aporta
ninguna novedad, más allá de su peculiar distribución (Haïm intercala entre las
dos suites acuáticas la BWV 1068 de Bach, y prescinde de la tercera acuática,
la HWV 350, sustituyéndola por la suite de fuegos de artificio). En esta cita
se trataba realmente de dejarse llevar y disfrutar de un repertorio que podría
tildarse de “popular” (en curioso contraste con su origen, altisonante y ceremonial,
de boato regio y circunstancia celebrativa), centrándonos más bien en la interpretación
que de las obras nos ofrecía Le Concert d’Astrée.
Hay que decir que en cierto
modo nos sorprendió la lectura de la directora francesa, con más solemnidad y
menos vivacidad de lo esperado. Batuta en mano –otro gesto sorprendente en
ella, pues no suele usarla– y con una gestualidad corporal intensa pero no
molesta, Haïm insufló en los miembros de la orquesta una contenida emoción que
no opacó su elegante versión. El grato y fluido discurso de la orquesta dejó a
las claras sus orígenes galos, bien distintos del espíritu más contrastado y
fastuoso de las agrupaciones inglesas que han abordado tradicionalmente este
repertorio (de hecho, Robert King tiene grabada incluso una singular y potente versión
con la conformación handeliana original de la música de fuegos, para banda,
allá por los 90), espíritu que particularmente preferimos. Pero ello no obsta para
indicar que los franceses lograron prestancia y luminosidad en una música que
las requiere de forma muy específica. Fue de apreciar también la variedad instrumental
seleccionada por la pelirroja directora a la hora de abordar las repeticiones
previstas en la partitura handeliana, de modo que al alternar cuerda con
vientos y con orquesta al completo nos ofreció un color mucho más variado que
el que se sugiere en el original. Por lo demás, resultó especialmente brillante
el Handel de la música de fuegos de artificio por la enriquecida orquesta (oboes,
fagotes, timbales) y la excelente contribución de las trompetas y trompas
naturales, con sus dificilísimos instrumentos con timbre seductor y bajo
absoluto control.
La preciosa suite bachiana
incluida en el programa (de mano obviamente alemana pero también obvia
inspiración francesa) permitió el lucimiento de la buena y bien empastada sección
de cuerdas de Le Concert d’Astrée y también de su fantástico primer violín, el
siempre maravilloso David Plantier (quien acaba de presentar reciente grabación
en Ricercar). El carácter eminentemente dancístico de la obra se interrumpe con
la delicada inclusión de esa sublime Aria central que ha llegado a hacerse
archiconocida para todo tipo de públicos (incluso los no devotos de la música
barroca) y que aparece en multitud de películas. Haïm y los suyos condujeron la
partitura con talento y entrega, y nos aportaron un Bach bonito y pulcro, aunque
no decisivo.
El concierto se cerró, como no podía ser de otro modo, con música francesa, y en concreto con dos propinas de Rameau: la primera, los enfáticos “Tambourins” del acto tercero del Dardanus; la segunda, una versión un poquito rápida de la divina y nostálgica “Entrada de Polymnia” del acto cuarto de Les Boréades, con la que se apuntó directamente al corazón.