La esperada inauguración de
la, en cierto modo, novedosa 73 edición del Festival Internacional de Santander
ha tenido lugar en este sábado inicial de agosto con afluencia de un numeroso y
expectante público, que llegó prácticamente a colapsar la entrada del auditorio
y sus inmediatos alrededores. Hacía tiempo que no se veía una asistencia tan compacta
y masiva al Palacio, lo que en definitiva aporta una amable sensación, festiva
y alegre. La Sala Argenta no presentaba un lleno absoluto, pero ciertamente
faltó muy poco para alcanzarlo.
La convocatoria se realizaba
con una formación de calidad contrastada (la Orquesta de la Comunidad
Valenciana – Palau de Les Arts), bajo la batuta del maestro norteamericano
James Gaffigan, y con la atracción añadida de la presencia de la soprano rusa
Aida Garifullina, que en los últimos tiempos está cosechando buenas críticas en
tanto que voz emergente de reconocido talento, apadrinada por el sello musical
Decca. El programa propuesto fue abundante y eslavo de cabo a rabo, de los
siglos XIX al XX, con presencia de los eminentes clásicos rusos y también de
los más heterodoxos: Rimski-Kórsakov (Capricho español, El gallo de oro, Cuatro canciones), Rajmáninov (Zdes’khorosho), Chaikovski (Iolanta, Eugene
Onegin, Mazzepa), Mussorgski (Javánschina), Prokófiev (Romeo y Julieta).
Quedó claro que director
norteamericano venía sumamente implicado con la apertura del FIS, pues fue
tónica constante en su desempeño a lo largo de toda la noche la búsqueda de
decibelios y tiempos rápidos, tal vez en detrimento de una mayor finura y
elegancia en la construcción y en la definición del sentimiento. Gaffigan
resultaría mejor conductor si atemperara su énfasis y su tan molesta como
distractiva gesticulación (llegó incluso a dar patadas en el suelo mientras
dirigía a Prokofiev), decantándose por una más pausada reflexión. En su
búsqueda de exacerbado volumen llegó a agotar a la orquesta y a potenciar
excesivamente a los metales, que recargaron las de por sí ya suntuosas melodías
orientalizantes del repertorio (como la Danza de las esclavas persas, de
Mussorgski) y también el resto (el Capricho español de Rimski-Kórsakov sonó
excesivamente costumbrista, y los Capuletos y Montescos de Prokófiev
desfilaron con inusual velocidad). Aun con lo dicho, la orquesta posee una nutrida
sección de cuerda, que sonó bien cuando se le permitió, si bien no nos gustaron
demasiado las intervenciones destinadas al lucimiento del primer violín.
La impactante presencia de
la bella cantante tártara, con un tal vez demasiado llamativo vestido fucsia, se
impuso en lo escénico, pero en lo vocal el resultado fue distinto. Garifullina,
que se decantó por el repertorio ya explorado en su registro solista para
Decca, cantó con apreciable técnica aunque no muy buena vocalización, y en pocos
momentos llegó a conmover. Posee un instrumento bonito, poderoso en su registro
central pero que sufre en las transiciones al registro superior, donde además
pierde carnación y se torna excesivamente ligero. Por otro lado, las exacerbadas
dinámicas de Gaffigan se impusieron a la soprano en varias ocasiones. La
intervención más valiosa de Garifullina afloró sin duda en la Canción de
India, del Sadkó de Rimski-Kórsakov, interpretada con gusto, delicadeza y
emoción. Como propina, la soprano quiso hacer un guiño al público hispanohablante
(que no español) y nos regaló el célebre tango de Gardel, Por una cabeza, que
quedó muy fuera de contexto y con el que no sacó lo mejor de sí ni de la
orquesta.
Por su parte, la formación
valenciana también obsequió a los asistentes al FIS con una suite de La
Cenicienta de Prokófiev, con la que se despidió la noche.
Es de celebrar el gran
esfuerzo que se ha realizado para que todo resultara ilusionante en esta
primera jornada de la nueva andadura del Festival. Y desde este punto de vista
hay que decir que esa ilusión se rescató y que el público respondió con
gratitud, lo que dejó buen sabor de boca al salir de la velada, y la esperanza
puesta en las siguientes.