ELEGANCIA, EMOCIÓN Y PRECISIÓN


La Orquesta Barroca de Friburgo es sobradamente conocida por lo elevado de sus interpretaciones en el ámbito barroco, aunque también está explorando nuevos repertorios, ya en el Clasicismo e incluso en el Romanticismo, pero siempre desde la ejecución historicista totalmente informada. El resultado es un sonido aparentemente modesto pero de increíble sutileza, elegancia y precisión, que tantas veces se ven perjudicadas en la interpretación de estos repertorios al usar instrumentos modernos. Los adictos a los decibelios no encontrarían quizá en la noche del jueves “su” noche, pero la apabullante perfección de los de Friburgo y de su invitado especial, el teclista sudafricano Kristian Bezuidenhout, logró lo que hasta ahora en el Festival Internacional de Santander parecía imposible: relegar las toses terminales a las pausas entre movimientos y evitar los aplausos extemporáneos.

Si hace nueve años la OBF nos asombró con Petra Müllejans al frente y con Andreas Staier al teclado, en la noche de ayer fue esa leyenda viva que es Gottfried von der Goltz quien puso todos los puntos sin excepción sobre las íes, sin dejar uno. El violinista germano, autor de tantas grabaciones de referencia en el repertorio barroco, demostró que Mozart no le resulta ajeno en absoluto, tejiendo desde el violín y a la dirección un tapiz impecable de sonoridad cálida y refinadísima en el que todo estuvo en su sitio, y estuvo de la mejor manera posible. Las a veces inevitables dificultades en la afinación de los instrumentos históricos parecen no ser cosa de la OBF, que sonó como un mecanismo de relojería y, además, con alma. Disfrutamos un soberbio empaste de la poderosa cuerda y del viento metal, en un fantástico balance tan difícil de lograr. Color, líneas bien definidas, tempi exactos… fueron las notas definitorias de una orquesta y de un concierto magistral.

Así pues, pudimos gozar en la primera parte con la alegría de apertura de la Sinfonía 29 en la mayor, K.201 y con el plato más fuerte del Concierto para piano 17 en sol mayor, K453, mientras que en la segunda parte sobrevino la luminosa y contrastada Sinfonía en sol menor, op. 6, W.C12 de Johann Christian Bach y el bellísimo y complejísimo Concierto para piano en mi bemol, K271, Jenamy.

En los dos conciertos para piano recibimos una alegría adicional con la intervención del teclista Kristian Bezuidenhout al fortepiano, en un instrumento aportado por él mismo, lo mismo que el afinador. Gracias a esa inmensa profesionalidad se escuchó lo que se escuchó en la Sala Argenta: inteligencia, sensibilidad, conocimiento, expresividad, coherencia discursiva y sonora. Su Mozart fue absolutamente brillante a la par que conmovedor. Sus silencios, sus pianísimos, su digitación traslúcida, su equilibrio en las articulaciones de ambas manos, nos permitieron apreciar a un experto en Mozart tan impecable como poco convencional, sin renunciar a una lectura íntima y exquisitamente personal. No nos extraña que esté grabando para Harmonia Mundi la integral de las sonatas mozartianas: no hay casualidades, y desde luego con Mozart no puede haberlas.

Una gran noche clasicista en el Festival que se solucionó con extraordinarias ovaciones y sin propinas, como a veces demanda la excelencia: con un final sin mancha.