Uno de los conciertos más
esperados de esta 73 edición del Festival Internacional de Santander era, sin
duda, el protagonizado por el Bach Collegium Japan, bajo la dirección del
maestro Masaaki Suzuki. Tanto la agrupación, compuesta por instrumentos
originales, como el coro, nos han regalado páginas bellísimas del Cantor de
Leipzig a partir de un estudio exhaustivo y concienzudo que se ha sustanciado
en varias de las mejores grabaciones bachianas de todos los tiempos.
En la noche del sábado
pudimos admirar a un Suzuki intenso pero contenido a la vez, sin innecesarias
exaltaciones a pesar del detallado sufrimiento de Jesús y la cínica injusticia
hebrea (“nosotros no tenemos permitido matar”, decían los judíos ya entonces,
qué cosas) patentes en la partitura. La Pasión según Juan, BWV 245, con base en
los capítulos 18 y 19 del Evangelio de Juan de la biblia luterana, tiene un
marcado componente dramático, eminentemente humano, que transita desde el impío
enjuiciamiento del Nazareno hacia un último y luminoso concepto de gratitud y
felicidad derivadas del sacrificio de Cristo, expresado sobre todo en corales y
coros.
De las diferentes versiones
que Bach esbozó para este grandioso monumento musical, Suzuki ha optado por ofrecernos
la suya propia, minuciosamente investigada (como demuestra su segunda grabación
de esta obra para el sello BIS), comenzando con ese apabullante “Herr, unser Herrscher,
dessen Ruhm” que sobrecoge el corazón, emitido desde un coro compacto y precisamente
afinado y empastado. Del coro, justamente, cabe decir que se presentó como
excelente conjunción de magníficas voces (en concreto, cinco cantantes por voz,
en su gran mayoría japoneses, aunque no exclusivamente) que demostraron su
sobrada solvencia a lo largo del concierto, con brillo en las páginas furiosas y
exquisito recogimiento en las más devotas.
De entre las voces, debe
destacarse de modo especial a los correspondientes solistas. En el papel de
Evangelista, el tenor alemán Benjamin Bruns dio una auténtica lección de voz
perfectamente colocada, de bellísimo color y de expresividad suma, que relató
los terribles avatares de las inmediaciones de la Pasión con una caudalosa contundencia
impregnada de natural elegancia, y que no desmayó ni un instante en su
prolongada interpretación. El bajo Christian Immler fue un Jesús solemne,
que supo subrayar con voz de amplios registros su carácter introspectivo al
tiempo que su majestuosa insolencia en algunas de sus intervenciones ante sus
captores y jueces. El alto Alexander Chance tuvo una entrada fría con “Von den
Stricken meiner Sünden”, aria con la que pareció no sentirse cómodo; sin
embargo, remontó gloriosamente en la segunda parte con un maravilloso “Es ist
vollbracht!”, mostrando toda su delicadeza y matices. Por su parte, el tenor
Shimon Yoshida también fue de menos a más, y si su instrumento denota cierta
escasez en la proyección, nos regaló en la segunda parte un absolutamente conmovedor
“Mein Herz, in dem die ganze Welt”. La soprano Carolyn Sampson, por su lado,
hizo gala de un instrumento más que habituado a los repertorios barrocos, con
una natural gracia cantábile, pureza, claridad y deliciosa dicción, tan propias
de la mejor escuela inglesa, que brilló tal vez especialmente en la preciosa “Zerfließe,
mein Herze”.
De la orquesta no cabe sino
subrayar su soberbio sonido y sus espectaculares solistas: esas encantadoras
flautas traveseras, esos oboes, esa cuerda riquísima, ese continuo al clave
conducido con firmeza por el mismo Suzuki.
Una jornada que, por
fortuna, sí fue de este mundo, y que ha situado al Festival en el verdadero panorama
internacional de la música.