EL PROBLEMA DE LA ÓPERA EN SANTANDER

 


Decir que en Santander –como en cualquier plaza que se precie – la ópera es un espectáculo muy demandado por el público no es ninguna novedad. Desde los lejanos tiempos en que existía una temporada lírica en la programación habitual del Palacio de Festivales, y siempre un par de óperas en el Festival Internacional, el respetable cántabro siempre ha gustado de la habitualidad de tales representaciones, aun teniendo unas más fortuna que otras.

Ante la desaparición ya hace muchos años de este tipo de espectáculo en los escenarios santanderinos, con unas justificaciones presupuestarias absolutamente delirantes por parte de las fuerzas políticas que han ido sucediéndose en el poder, y ante el evidente descontento del público de nuestra tierra por semejante situación, se ha determinado que la situación se podía solucionar con unos recortables, con unos surtidos Cuétara que por lo menos acallaran las protestas cada vez más elocuentes. Nuestros gestores y/o funcionarios piensan que las máquinas de contar billetes son propias de otras consejerías, no de la de Cultura.

Así que, ni cortos ni perezosos, desde el Gobierno de Cantabria se propusieron que se podía proporcionar pan y ópera a los cántabros con pocos recursos y sin ponerse exigentes, que tampoco era cuestión. De modo que apelaron a un programa de la Fundación Ópera de Cataluña que tiene como propósito esencial la difusión de los más populares títulos del género lírico, obviamente sin excesivo presupuesto ni aspiraciones, dado su carácter divulgativo (incluso así se declara en sus programas de mano, lo que por otra parte es muy legítimo). Ya es la tercera representación de la FOC que se nos ha colocado en el Palacio de Festivales (tras un penoso Rigoletto y un mediocre Don Giovanni, nos ha tocado una pasable Madama Butterfly), y la verdad es que el balance no es demasiado positivo.

Al comenzar la representación ya se anunció que el tenor principal (el papel de Pinkerton) iba a ser sustituido por Vincenç Esteve. Imaginamos que no sería mucha la diferencia. La escenografía de esta Butterfly (Jordi Galobart) ha resultado excesivamente pobre, con un fondo de marecito y cielito pintados, más un cerecito (todo era muy chiquito), que se cubrían con unos previsibles paneles de papel de arroz que se abrían y cerraban. Nada más. Es cierto que esta obra de Puccini, muy sensiblera y bastante moralista, siempre ha dejado bastante que desear en sus múltiples representaciones, tendentes a lo simplista, si bien aquí… pues simplex simplicissimus.

La verdad es que nos desconcierta que desde el Gobierno de Cantabria se haya optado por este adoctrinamiento tan básico, como para jovencitos, con obras que nuestro público se sabe de memoria. Peor aún es la elección cuando el elenco ha sido traído en autobús desde Sabadell la víspera de la representación, para ahorrar gastos al máximo. Quizá ni les dieron botellines de agua… y por eso las voces sonaron como sonaron. Todo resultó muy justo, muy embarullado, muy empobrecido y muy tópico. Desde el punto de vista vocal, salvó los muebles la pacense Carmen Solís (Butterfly), quien, a pesar de no exhibir un instrumento especialmente bello (su voz es áspera y sin demasiados matices, justamente lo contrario de lo que demanda su papel), se esforzó en intentar transmitir la desventura de la geisha despreciada que oscila entre lo tierno y lo dramático, lo que Solís acometió de manera irregular (tal vez reservándose para la dura representación del día siguiente: otra genialidad de nuestros programadores). Su célebre “Un bel di vedremo” fue muy esforzado y fue aplaudida por ello, pero emocionó más el aria que la interpretación. El cónsul Sharpless (el barítono barcelonés Carlos Daza) estuvo centrado, y aunque sus intervenciones son breves, no resultó deslucido, pareciéndonos de lo mejor de la noche, junto al tesón de Solís. La mezzo Anna Tobella como Suzuki cumplió también con dignidad. Del resto del elenco no hay mucho que decir: hicieron lo que pudieron, especialmente Esteve, con un instrumento de pobres registros; la soprano Laura Obradors, como esposa de Pinkerton, simplemente abrió la boca, pero nada escuchamos. Del director musical, Daniel Gil de Tejada, podemos decir que se desempeñó con corrección y sin excesos.

Una señora en la fila inmediatamente delantera se pasó toda la representación con la calculadora del Iphone. Esto, dicho así, puede parecer irrelevante; pero tal vez es ilustrativo del interés que le despertó la representación. Estaría calculando los gastos de la casa alquilada de Cio-Cio San.

En resumen: que es de esperar que en las próximas programaciones líricas no se nos dé gato por liebre y cambiemos el chip. Se puede.