No deja de sorprender que textos que en su origen fueron
concebidos con un propósito ligero resulten hoy no solamente gratos, sino
incluso cultos en comparación con las obras comerciales que en la actualidad se
pergeñan para públicos… digamos que “poco exigentes”. Es el caso de las
Locuras por el veraneo de Carlo Goldoni, que hemos tenido ocasión de
presenciar este fin de semana en el Palacio de Festivales, y para cuyo montaje
Eduardo Vasco ha elegido Santander como ciudad de estreno.
Goldoni es uno de esos deliciosos venecianos del XVIII que da
con sus huesos en la corte parisina de Luis XV y que por suerte no perdió la
cabeza en los embrollos de la Revolución, aunque sí los dineros que percibía de
las arcas reales por sus tareas. Goldoni acabó en la comedia cuando vio que la
tragedia no era lo suyo, pero lo cierto es que se dedicó a ella con tal gracia
y acierto que nos ha legado una serie de obras encantadoras y exquisitas, muy
alejadas de la vulgaridad y del polvo que se come muchos títulos de su época
decididamente avejentados.
Porque, en estos tiempos nuestros en que tantas familias
quieren aparentar lo que no son y se endeudan y piden créditos para irse de
vacaciones o degustar desorbitados manjares de Navidad, ¿quién puede pensar que
las Locuras por el veraneo no resultan rabiosamente actuales? El montaje de
Vasco es muy respetuoso con el texto original, incluyendo sus enredos de época
y sus dimes y diretes encaminados al clásico “enseñar deleitando” y, aunque se
toma la licencia de vestir a sus personajes a la moda de los años 20, no nos
molesta en absoluto tal decisión, porque los figurines de Lorenzo Caprile son
una maravilla.
El elenco de la obra es espléndido: hablan con gracia y
cantan con gusto… y lo justo (que últimamente hay mucho abuso de los aullidos
en teatro). Rafael Ortiz (Leonardo), Elena Rayos (Giacinta), Manuel Pico
(Paolo), Jesús Calvo (Filippo), Mar Calvo (Vittoria), José Ramón Iglesias
(Ferdinando), Alberto Gómez Taboada (el impronunciable Guglielmo), Celia Pérez
(Fulgencia), Anna Nácher (Brígida): todos están atinados en sus papeles, sin
estridencias, y perfectamente dirigidos, dejándonos con ganas de seguir el resto
de la trilogía.
Únicamente cabe reprochar a estas Locuras la pobreza de su
escenografía, que cumple su función pero se queda muy escasa a la vista del
resto de logros del montaje. Quizá, como se dice en la obra, puedan pagar una
mejor “al regreso del verano”.