SUTILEZA Y ELEGANCIA OXONIENSES

 


Uno de los conciertos más esperados del 72 Festival Internacional de Santander ha tenido lugar en día poco afortunado –un lunes— y en hora ídem. Tener la posibilidad de ver dirigir a un maestro como Daniel Harding no es tan frecuente, mucho menos en nuestra ciudad, más aclimatada a las repeticiones. De modo que este lunes 7 de agosto, en coexistencia poco inteligente con el concierto de Jorge Jiménez en San Vicente de la Barquera (Marcos Históricos), hemos asistido a una velada realmente espectacular protagonizada por el director oxoniense al frente de la Chamber Orchestra of Europe. El programa, en cierto modo circular –iniciado con el Coriolano de Beethoven, seguido de la Cuarta Sinfonía de Sibelius, op. 63, en la primera parte, continuado por Pélleas et Mélisande de Sibelius y cerrado por la Cuarta Sinfonía de Beethoven, op. 60, en la segunda parte de la noche– constituyó una auténtica lección de emociones bien presentadas y muy bien comprendidas.

Más allá de las anécdotas que se puedan contar sobre Harding, y de los calificativos que se le atribuyen (particularmente, lo de “todoterreno cuatro por cuatro” que he leído en algún sitio se me antoja un tanto absurdo para un director de tan buen porte y desempeño), lo cierto es que el de Oxford sabe perfectamente lo que aborda y cómo lo aborda. Tiene las obras estructuradas en su cabeza y luego las deja fluir, bien de su mano derecha, con batuta tan enérgica como flexible, como de la izquierda, que tan pronto acentúa y matiza en el compás preciso como se apoya en la barandilla del podio con elegancia de saber total. No es extraño, pues, que una orquesta caiga rendida a la gestualidad exquisita de este maestro y se entregue a él, protagonizando entradas impecables, colores sin fin, pianísimos cristalinos… haciendo propio alarde de sus intrínsecas cualidades, porque hay que decir que la COE tiene un sonido precioso: cuerdas apabullantes, metales elegantes, maderas diáfanas.

El Coriolano –quién sabe si un perfecto trasunto del propio Beethoven, finalmente rendido– fue rotundo como la obra demanda: trágico y sobrio a la vez, pleno de expresividad. Un comienzo que dejó a la Sala Argenta totalmente en silencio. Intachable.

A nuestro juicio, el plato fuerte de la noche radicó en la Cuarta de Sibelius. Una obra difícil y oscura, austera pero cromática, tensa y emocionante. Harding entendió perfectamente la obra de un compositor que mira hacia los cielos y hacia la naturaleza desolado por la enfermedad y por los vientos de guerra que se olisqueaban ya en Europa. El maestro oxoniense perfiló las texturas con delicadeza y rigor simultáneos, arrastrándonos hacia esa especie de rondó sonata final pespunteado de múltiples elementos que le otorgan el calificativo de “Allegro” pero que nos dejan sumidos en una interioridad compungida.

Tras el descanso, sobrevino el Pélleas et Mélisande, de refinada ejecución y atención al detalle en cada uno de sus cuadros, que no obstante se superpuso a la sensación que aún quedaba balbuciendo dentro de nosotros tras el Sibelus precedente. Si Harding buscó una transición hacia la alegría clásica del Beethoven que aguardaba, pensamos en cambio que probablemente hubiera sido mejor abordar la Cuarta del genio de Bonn de forma directa, tal vez como modo de limpiar y elevarnos el espíritu. De manera ágil y contrastada, sin retóricas innecesarias, Harding dibujaba la sinfonía en el aire mientras la COE le seguía como a un mago en Hamelín. Su batuta subrayó el carácter franco, con un poder clásicamente contenido, de esta sinfonía beethoveniana, dotándola de una dignidad no incompatible con su jovialidad relativa.

La velada duró dos horas y media, algo que en ningún caso hubiera supuesto un problema si el concierto no hubiera comenzado a las 20,30 de la noche. Seguimos sin entender el empeño del Festival en hacer pernoctar al auditorio en la Sala Argenta (ya cualquier festival o programación da comienzo como muy tarde a las 20,00), bajo la absurda explicación de que hay que respetar los tiempos de playa de los turistas (juro por el perro, como Sócrates, que esa fue la respuesta obtenida). Ay. Estas cosas solo se pueden decir en Santander.