Con la excusa de rescatar algunos de los pasajes más célebres
del Lazarillo de Tormes, lo cierto es que Anónimo (como reza la cartelería
que presenta el espectáculo, o no tan anónimo, según recientes investigaciones),
producida por la cántabra Hilo Producciones, se zambulle de cabeza en un género que goza de gran éxito
hoy en día: teatro simpático con referencias “serias” pero con morcillas
actuales por doquier.
El Lazarillo es una obra difícil, de una ironía sutil complicada de traducir en las tablas. Pero si metemos a Lázaro en un Sálvame de tres al
cuarto y sacamos a dos chavalas majas y versátiles (Laura Orduña y Beatriz
Canteli) que le echan pimienta al asunto y se marcan unos bailes facilones y apelan
a la indignación ya muy sobada del espectador en materas sensibles (violencia
de género, inmigración, maltrato de nuestras instituciones…), pues todo se
lleva mejor y hasta nos echamos unas risas. Los pasajes menos brillantes fueron
precisamente los clásicos (con permiso de Enrique dueñas, que hace un
espléndido papel) y los más hilarantes los actuales, como era de esperar. La
mezcolanza entre la obra salmantina y el show business deviene a ratos
caótica e incomprensible. Es el signo de los tiempos, pero funciona. Si a ello
se añade una buena iluminación y una puesta en escena panelada y con ruedas, pues
eso: funciona.
Es obvio que vivimos en un esperpento diario y que las artes
deben dar fe notarial de ello. Sin embargo, no estoy segura de que la risa sea
el camino más conveniente, porque al final todo acaba pareciendo chanza mientras
nos están asaltando por todos los orificios posibles y tal vez, sólo tal vez,
deberíamos sonreír menos y enfadarnos más. Yo qué se. Pero quizá lo de los “Miércoles
íntimos” del Palacio de Festivales de Santander debería dar más que pensar y
menos que chascarrillear.