Ha constituido una gran alegría
para los asistentes al Palacio de Festivales de Santander acoger un muy
reciente programa de la OSPA (Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias)
con obras no fáciles de escuchar hoy por hoy en los auditorios: el Concierto
para violín núm. 1 y la Sinfonía núm. 5 del ruso Serguéi Prokófiev,
introducidos por una obrita breve y singular, El sueño de Leonora,
composición de la música británica también de origen ruso Elena Langer. Todo
ello bajo la dirección de la batuta, igualmente rusa, Anna Rakitina. Parece que
más allá de conflictos políticos que en lo estrictamente musical no nos
conciernen, se está abriendo de nuevo el paso a músicas valiosas que enriquecen
y diversifican los acartonados programas de muchos conciertos y festivales.
La obra de Langer, alumbrada en
2022, se estrenaba ahora en Europa, y constituye una respuesta a una petición de homenajear
el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, en este caso atendiendo al
personaje íntimamente femenino que recorre su única ópera, Fidelio. Langer
presenta una obra que despliega color, expresividad, esperanza y también
lirismo, valiéndose para ello de múltiples solos (muy agradecidos por los
instrumentistas) y también de momentos concertantes muy intensos y elegantes. Anna
Rakitina supo imprimir a cada pasaje su tono adecuado, permitiendo el disfrute
de este curioso bocado y entendiendo su significado. Una entrada sorprendente,
si se quiere, pero muy grata de escuchar por su novedad y sus contrastes. Desde
esta introductio saltamos sin interrupciones a la parte más intensa de la
noche.
El Concierto para violín núm.
1, concebido en tiempos ásperos (1917), bascula entre dos universos que
probablemente rechinaban en la propia cabeza del compositor ruso: el Romanticismo
del siglo XIX, ampliamente expuesto en los exquisitos primer y tercer
movimientos de la obra, y el mundo osado y febril del siglo XX, del que el
mismo Prokófiev y Stravinsky fueron coinventores, y del que los ritmos casi
espasmódicos del segundo movimiento son claro exponente. El caso es que esta
obra conceptualmente caótica y conflictiva nos dio la oportunidad de escuchar a
una violinista imponente, la rusa Alena Baeva, que dominaba el percal
perfectamente y que nos obsequió con el maravilloso sonido de su instrumento, un Guarneri de
1738, oscuro en sus partes más precisas. Exquisita, lírica, brava, expresiva,
maliciosa… todos los adjetivos son pocos para esta intérprete de talla
mayúscula que deseamos seguir escuchando ya en nuevos conciertos, y que discurrió
en perfecta sincronía con la sobresaliente directora, menos atenta a cubrir que
a subrayar los delirios de aquel violín absolutamente magnético.
La Sinfonía núm. 5 de Prokófiev,
extraordinariamente popular dentro de las composiciones de su autor (y no hablo
ya de la contemporaneidad, sino del momento mismo de su eclosión), se caracteriza
precisamente por un tono dominantemente épico, heroico, victorioso. Que Prokófiev
ocupara la portada de Time en 1945 nos aporta una idea aproximada del
espíritu con que la obra fue acogida. En cualquier caso, esa Sinfonía supuso
una ruptura interior más en el intelecto de Prokófiev, y así se aprecia en su
curso: ritmo, juegos, intensidades… La OSPA demostró hallarse en plena forma
bajo la batuta muy precisa de Rakitina, menuda en su aspecto para tan gran
labor de distinción de planos sonoros, y en excelente entendimiento con su concertino,
el gran Aitor Hevia (recordado por su exquisita labor en el Cuarteto Quiroga).
Las cuerdas oscuras de la OSPA, tan bien empastadas, su brillo excepcional, su
paleta de colores, y esa intensidad de percusión absolutamente triunfal sin
desdeñar cierta delicadeza, condujeron a ese frenesí total que nos hace
levantarnos de la butaca con plenitud, sin desear nada más.