Siguiendo lo que empieza a
ser ya un hábito entre muchos músicos de laureadas trayectorias y de edad más o
menos avanzada que, sin embargo, se resisten a abandonar los escenarios, Jordi
Savall ha puesto en marcha un proyecto de formación y proyección de jóvenes
músicos especialmente talentosos, lo mismo en el canto que en lo instrumental.
La idea del maestro catalán consiste en preparar intensamente determinadas
obras con estos jóvenes intérpretes, acompañados de forma simultánea por otros
mucho más avezados, con vistas a su presentación en diferentes auditorios. En
este caso, Savall ha permanecido durante casi una semana en Santander ensayando
la interpretación en este sábado del oratorio El Paraíso y la peri, de Robert
Schumann, con el coro la Capella Nacional de Catalunya y el ensemble Le Concert
des Nations (integrados, como se ha dicho, por miembros jóvenes y por otros
sobradamente experimentados).
El Paraíso y la peri es un
oratorio extraño, de carácter profano, según lo quiso definir Schumann en su
día, aunque su espíritu es profundamente religioso en realidad, dado que se
trata de una obra que exalta el camino de la redención individual para acceder
al Paraíso. La peri es una suerte de ninfa en el ideario mitológico persa e
islámico, quien adquiere un importante peso en la obra de Schumann, aderezada por
lo demás con ecos orientalizantes tan del gusto decimonónico.
El oratorio está
estructurado en tres partes, una por cada logro de la peri para acceder al
ansiado Paraíso: una gota de sangre de un valiente soldado indio, el último
suspiro de la novia autoinmolada de un apestado en Egipto y la lágrima de
arrepentimiento de un inveterado pecador sirio ante la visión de la pureza
infantil. A pesar de esta estructura temática tan marcada, musicalmente no se
aprecia un cambio notable de registro que nos sitúe ante los diferentes capítulos
de la obra. Inspirada en un texto del poeta Thomas Moore, traducido por el
clérigo protestante Emil Flechsig, tenemos la sensación de estar ante una
cantata o un lied demasiado prolongado y uniforme (hablamos de una obra de casi
dos horas de duración), aunque con momentos exquisitos, sobre todo en la segunda
mitad de la obra.
En su dirección musical,
Savall no hizo mucho por distinguir situaciones, afectos o episodios. Todo sonó
monótono, a pesar de que existen en la composición pasajes en los que los contrastes
hubieran hecho mucho por la expresividad de la obra (y por nosotros como
oyentes). Las mortecinas dinámicas no solo lastraron la comunicación de la
obra, sino también el desempeño de los miembros de la orquesta, en especial los
vientos, que tuvieron momentos destemplados. La sección de cuerda estuvo mucho
más atinada, pero dentro de ese tono apagado imprimido por Savall, y que ni
siquiera logró remontar con la entusiasta concertino, la gran Lina Tur Bonet. Únicamente
en el tramo final pareció que hubo un súbito despertar, que se tradujo en un
exceso de decibelios y en un estallido de energía largamente contenida que condujo
a bramar a la peri para no quedar sepultada bajo el desatado sonido orquestal.
En líneas generales, resultó
más satisfactoria la parte vocal de los solistas. La soprano Lina Johnson como
peri tiene un papel largo y duro que, sin embargo, defiende con una voz agradable
y de bonita coloratura; una lástima que en los últimos minutos del concierto
quedara totalmente desvirtuada por intentar no ser sobrepasada por el
desproporcionado volumen de la orquesta. Johnson se vio escoltada por unas
voces muy correctas de tenores (David Fischer, sobre todo, y algo menos el pasajero Kieran Carrel),
aun con el limitado papel dramático que les concede la obra. El ángel de la
mezzo Marianne Beate Kielland tuvo también pasajes muy bonitos, con una voz muy
templada y adecuado fraseo, y la doncella de la soprano Johanna Rosa Falkinger
sono alígera y grata. Menos nos convencieron Gazna, con el bajo Nicolas
Brooymans, a quien casi no oímos, y el barítono Manuel Walser, que teniendo una
voz muy redonda y propicia al lied pudo extraerle más recursos (es cierto que el
tono general de la dirección no le ayudó). En el coro se echó muy en falta carnosidad
y volumen, a pesar de las nueve voces por cuerda.
En todo caso, son de
agradecer estas iniciativas que ayudan y proyectan a los músicos jóvenes, y
también la programación de obras que no suelen ser las clásicas “de
repertorio”.