La LII Edición de Músicas
Religiosas de la Fundación Caja Cantabria ha arrancado este año en el CASYC de
la mejor de las maneras posibles, con un programa verdaderamente espléndido del
que ya hemos tenido ocasión de paladear los dos primeros platos.
El primero de ellos se sirvió
este viernes, a cargo de Les Basses Réunies, con Bruno Cocset y Bertrand
Cuiller. Ambos músicos han visitado ya Cantabria en otras ocasiones, y han
regresado en estas vísperas de Semana Santa a regalarnos un repertorio extenso
e intenso relacionado con el nacimiento y consolidación del esplendor del
violonchelo en sus diferentes formatos en el Reino de Nápoles (frente a
Bolonia, que bien podría llamarse su patria “natural”). En un recorrido que se
inició con el misterioso Diego Ortiz (siglo XVI con sabor español), pasando por
Falconieri, Scarlatti y Supriano (XVII), hasta llegar al XVIII con Bonocini,
Alborea, Vivaldi y Lanzetti, los músicos trazaron un itinerario minucioso
caracterizado por la precisión y la elegancia, no exentas de emoción y de una
absoluta concentración. Hasta cinco violonchelos diferentes de distintos tonos
y tamaños empleó Cocset para dar vida a los también distintos lenguajes de cada
pieza abordada, con los que deleitó por su seguridad y dominio total de las
cuerdas de tripa. Cuiller y Cocset, por lo demás, tejieron un tapiz de cuidado entendimiento mutuo en el que todo fluyó con encanto y perfección. Hay que
destacar también las piezas solo para clave, en que Cuiller desplegó su
infinita distinción (ese inquietante Gesualdo, ese precioso Leo y la aérea
belleza de la sonata de Scarlatti), con un sonido delicioso extraído del
fantástico Titus Crijnen que contemplábamos en el escenario. Sobre el
programa se introdujo una adición: una hermosa y singularísima sinfonía de un
poco conocido Rocco Greco. La noche se cerró con una propina atinada y
dulcísima, un lento de una sonata de Nicola Fiorenza.