DESFASADA ELECTRA

 


A casi siglo y cuarto de la aparición de la Electra de Pérez Galdós, plantearse su representación es una decisión que debería ser muy sopesada antes de llevarse a efecto. Entendemos que en 1901 esa plétora de personajes relamidos a la vez que maniqueos (qué buenos son los buenos y qué malos son los malos) pudiera encontrar eco y hasta convocar dispares opiniones y sofocos por parte de curas empalagosos y mujeres empelucadas, pero en 2023 la situación es otra (no vamos a decir mejor, sino otra). Electra, al contrario que el fascinante mito griego del que toma el nombre, no plantea un conflicto universal e intemporal, sino que, antes bien, se halla demasiado anclada a un escenario español muy lamentable pero ya extinto con familias casposas (“gente de bien”, ya se sabe), aristócratas desocupados, científicos desnortados, personajes de paso, monjas entre bambalinas… y todo “tal que así”. No hay un esfuerzo por sacudir el polvo al material, sino que se conserva en todo su maltrecho esplendor en el montaje que producido por Dania Dévora y dirigido por Ferrán Madico se nos ha presentado este fin de semana en el Palacio de Festivales de Santander, no entendemos muy bien con qué propósito. Cierto es que Galdós anduvo por aquí, pero ello no es razón suficiente para amarrarnos a la butaca durante dos horas presenciando la interminable letanía del personaje de Pantoja (contumaz Antonio Valero) abrazando rijosamente a una Electra (gritona Clara Chacón) que inferimos es su hija y a la que quiere meter a toda costa en un convento, si bien no llegamos a entender por qué. Nos queda muy lejos el propósito de la obra y el acartonamiento de los personajes, cuya rudeza es culpa absoluta de Galdós.

Los actores hacen un esfuerzo importante porque aquello se sostenga, pero lo cierto es que la obra se hubiera beneficiado bastante si alguien hubiera tenido a bien realizar una adaptación más liviana, limando tediosos monólogos (los del Máximo de Jorge Yumar) y reduciendo diálogos reiterativos (Pantoja se lleva la palma), suprimiendo a personajes irrelevantes (como el de Cuesta), dando más empaque a Electra (que más que una heroína parece una adolescente con TDH) y resolviendo los asuntos de crucifijo con mayor actualidad. Trabajarse un poco la escena (Alfonso Barajas hace lo justo, cubriendo su labor con unas proyecciones poco agraciadas) hubiera resultado deseable. Mirar hacia atrás, como enseñó el mito de Orfeo, tiene peligrosas consecuencias, y hay que tener un plan B antes de realizar tan significativo gesto. Las efemérides no siempre son suficientes.