Lucía Lacarra es una mayúscula
bailarina de Zumaya reconocida a nivel internacional, hasta el punto de ser la
estrella de excepcionales cuerpos de baile como los de Marsella, San Francisco,
Munich, Dortmund… Lacarra ha sabido ser grande entre las grandes no solo por su
extraordinario dominio técnico sino por saber imponer su sello propio en sus
interpretaciones, siempre caracterizadas por una sutileza total, por un
carácter etéreo, que nos asombran más allá de la perfección de sus pasos o
acrobacias y que la hacen única y reconocible en cuanto posa una zapatilla en
escena. La pandemia de 2020 supuso un antes y un después muy duro para todos
los artistas, y Lacarra no fue la excepción. De esa vivencia surgió un
espectáculo, Fordlandia, en que mediante el baile y la imagen reflexionaba
sobre la experiencia del encierro, la distancia respecto de los escenarios o la
forzada relación con su pareja de baile, Matthew Golding. Aquel proyecto fue
bien recibido porque abordaba con interés y desde una perspectiva singular el
delicado mundo del artista, en este caso de una bailarina afectada por la
ausencia material de contacto con el público.
Tres años más tarde llega al
Palacio de Festivales de Santander In the Still of the Night, propuesta que
rescata el mismo formato de Fordlandia en lo que se refiere a la narración en
paralelo al escenario de una historia y al uso –y por desgracia abuso– de las
proyecciones. En este caso, se ha escogido un hilo conductor mucho más banal
–una historia de amor típica ambientada en los 60 que acaba en previsible
desgracia– y se ha resuelto el ballet en directo con un atrezzo insignificante
(una cama de hospital con ruedas) y unas coreografías harto precarias y
reiterativas.
Resulta bastante decepcionante
que acudamos al ballet y nos enchufen la televisión. Alguien debería decir a
Lacarra y Golding que queremos verlos bailar en directo y no en un numerito
precocinado en una pantalla. La gran diferencia entre un montaje como la
descomunal Antígona que Lacarra protagonizó en la brillante coreografía de
Víctor Ullate hace apenas cuatro años y este In the Still of the Night es que
allí vimos danza seria y trabajada y aquí Cine-Exin.
El espectáculo se sostiene, pues,
en el recurso a canciones bien conocidas y hasta tarareables por todo el público en las
coreografías de pantalla (The Ronettes, The Righteous Brothers, Ben E. King…),
mientras que la ejecución directa en escena apela al minimalismo musical
(Richter, Glass…), condenándonos con ello a sufrir pasos reiterativos y
estampas contra una simple luna proyectada que más parecen buscar una
fotografía de Instagram que ofrecernos un trabajo bien armado.
Dicho lo dicho, ello no resta un
ápice a la innata elegancia de Lacarra (Golding siempre está y ha estado a su
servicio) ni a su técnica magistral. Quizá por tenerlas muy bien conocidas
esperábamos algo más que unos cómodos selfies y un mero vivir de las rentas.