Qué difícil es volver sobre la
figura de Federico García Lorca sin caer en el cliché, en lo que ya sabemos, en
la manipulación política por una u otra facción. Qué difícil es volver sobre la
obra de Federico García Lorca sin que se cuestione su valía o surjan odiosas e
inconsistentes comparaciones. Qué difícil es emprender cualquier acción
relacionada con el universo Lorca y qué difícil emerger con éxito. Y ahí
tenemos a Juan Diego Botto en Una noche sin luna, que logra encandilarnos con
las múltiples facetas de García Lorca en un hermoso texto que hemos podido
contemplar en el Palacio de Festivales este fin de semana, sustanciado bajo la
dirección atinadísima de Sergio Peris-Mencheta.
Juan Diego Botto sabe lo suyo de
pérdidas íntimas y dolorosas en contextos dictatoriales, y tal vez por eso nos
ofrece un texto despojado de banalidades y tremendamente fresco y directo,
sabedor, probablemente, de que para aprehender a las figuras lastradas por
demasiados intereses espurios, lo mejor es apuntar al corazón, a la
cotidianeidad, a la esencia de las personas. Así que Botto huye en su obra del
Lorca más intelectualoide, más estrictamente literario, más holgadamente
biográfico, para acercarnos al joven ingenioso pero ingenuo, al joven impetuoso
pero frágil, al joven reivindicativo pero confiado. Ingenuo, frágil, confiado.
Tres guías que con seguridad lo condujeron a la oscuridad de la tortura, los
golpes de culata y la mísera cuneta, cuando pudo haber eludido tan siniestro
final de haber sido menos ingenuo, menos frágil y menos confiado.
Botto borda su papel. Nos
arrastra a su terreno con un giro elegante de muñeca. Resulta firmemente
encantador, sin innecesario almíbar. Redescubre a Lorca. Todo ello es muy de
agradecer. Su texto, ya lo hemos dicho, es magnífico. Es una lástima que en su
tercio final pierda completamente el rumbo y nos coloque, con ayuda de un
cavernario personaje fuera de campo al que interpela y que él mismo interpreta,
un discurso dogmático y plagado de tópicos que nos sobra y nos hace remover en
la butaca con ganas de marchar. Y no porque lo que dice no sea estrictamente
cierto, sino porque resulta redundante ante un público que conoce a la
perfección los mimbres de la Historia. Son quince minutos que evidentemente están
de más y que provocan que un texto inolvidable sufra una caída que a esas
alturas de la representación ya no esperábamos.
Por lo demás, magistral dirección
de Peris-Mencheta en un contexto escénico también brillante de Curt Allen Wilmer.
Ellos, junto con Botto, configuran un trío de ases extraordinario que firman un
proyecto inspirado, vindicativo y emocionante. Muy acertada resulta también la
inclusión de la canción de Rozalén y de la banda sonora de ese pedazo de disco
de Enrique Morente y Lagartija Nick que es Omega. Incluso una noche sin luna
puede devenir conmovedora, y esta sin duda lo fue.