Hablar con conocimiento de Vox Luminis hace apenas diez años
era dialogar con adictos muy restringidos y muy sumergidos en el círculo de la
música barroca, aunque justo por esas fechas creo recordar que acababan de
grabar las Exequias Musicales de Schütz (escuchadas por cierto en el inicio
de este Festival) en un registro que para nada pasó inadvertido. Luego llegaron
sus incursiones en la música funeraria inglesa (un disco que todo melómano debe
tener en sus estantes) y su primer acercamiento a Bach con su Actus Tragicus.
Seguramente el disco que los proyectó como un ensemble exquisito absolutamente,
digamos que uno de los cinco o seis mejores del mundo (sin temor a exagerar),
fue esa joya que dedicaron a Buxtehude ya en 2018: Abendmusiken. Previamente,
no obstante, Vox Luminis ya habían grabado para el sello Alpha en el año
precedente dos cumbres totales de la música del XVII –el Dixit Dominus de
Handel y el Magnificat de Bach– que en cierto modo, así combinados, rompían
la retórica más estricta del Barroco.
En su presentación en Santander dentro del Festival
Internacional, Vox Luminis optaron por calentar la noche con esa otra joya
bachiana, su Missa Brevis en si menor, BWV 232 para, tras un breve descanso,
acometer el Magnificat en Do Mayor, BWV 243. Los belgas, dirigidos como de
costumbre por Lionel Meunier, hicieron gala de lo que mejor los define: mesura,
severidad, atención muy específica a la literalidad de los textos y su cuidado,
equilibrio perfecto entre instrumentos y voces. A pesar de no presentarse en un
formato reducido, Meunier y los suyos optaron por una colocación muy compacta
que no siempre redundó en la mejor percepción de las sutilezas bachianas. En
parte es lógico, porque la acústica de la Sala Argenta no es para tirar cohetes
y además es un espacio excesivamente grande para este tipo de concierto, sobre
todo cuando el patio de butacas no está completo, ni mucho menos. Es curioso
que esta esté siendo una de las ediciones con más “caramelos” de la trayectoria reciente del Festival y
sin embargo los blancos en los asientos resultan demasiado notables. Yo me hago mis
suposiciones acerca de este fenómeno, pero tal vez las exponga con mayor
amplitud en otro momento.
La coherencia del programa viene dada precisamente por no ser
ninguna de las dos obras composiciones “de una pieza”, sino que emergieron de
diferentes periodos temporales. Ello redunda en una cierta diversidad estilística;
por ejemplo, en la Missa (iniciada en 1733 y retomada en 1748) hay vestigios
del Stile Antico en conjunción con fugas, arias… Hay que añadir, además, que la
Missa Brevis es una misa católica en un contexto de misas luteranas de su
autor. Bach conocía perfectamente la estructura de la misa católica, es
evidente, pero sus anclajes luteranos se evidencian en la importancia concedida
al “Kyrie” y el “Gloria”. En el caso del Magnificat en cinco partes para dos
sopranos, contralto, tenor y bajo, acompañados todos ellos por una orquesta
barroca que incluía trompetas y timbales dada la temática profundamente
festiva, se trata de una obra que se comenzó en 1722 pero cuya culminación se
produjo una década más tarde.
Los solistas demostraron en todos los casos la delicadeza requerida
por la partitura bachiana, en especial las sopranos, de voces no especialmente
caudalosas pero sí de excelente fraseo. Menos nos gustó el contratenor,
especialmente en su dúo “Et Misericordia”, no muy bien empastado con su compañero.
Meunier en sus intervenciones como bajo demostró que lo suyo es coordinar
programas inteligentes y dirigirlos con delicioso concepto, pero vocalmente es
prescindible. Por su lado, debe destacarse la maravilla de la instrumentación,
en volumen, concertación, dinámicas, sutileza… en este caso sí de gran altura.
En líneas generales, dentro de la excelencia indiscutible de
Vox Luminis, no asistimos a la gran velada que pudo haber sido. ¿El programa,
la noche, la casualidad? Fue un buen Bach, incluso muy bueno, pero no para
recordar. Aún así fueron muy aplaudidos y respondieron con el consiguiente bis.