CONTUNDENCIA DE LA ORTVE EN EL FIS

 


Tras la inauguración bellamente nostálgica que ha protagonizado este FIS 2022 se van sucediendo las citas sinfónicas que suelen constituir su enseña característica. En esta ocasión, en este viernes el programa nos convocó a una jornada más convencional, con el siempre exitoso y grato Concierto para chelo y orquesta en si menor, op. 104, de Dvôrak, con Asier Polo como gran imán, mientras que la segunda parte estuvo ocupada por los celebérrimos Cuadros para una exposición de Mussorgsky, en la versión orquestal de Ravel.

La ORTVE es una orquesta muy solvente, con una exhibición apabullante de músicos, que en las manos de su director titular, el asturiano Pablo González, puede obtener logros excelentes. Fue el caso de la noche venérea, que nos deparó en especial en la segunda parte de la noche, una versión muy contrastada de la obra de Mussorgsky-Ravel, con un despliegue fastuoso de metales y un bonito terciopelo en las cuerdas. Siempre me ha parecido, a nivel particular, que la visita de una exposición pictórica es un acto muy íntimo y silencioso, algo que precisamente la obra de Ravel desmonta por entero. En cualquier circunstancia, percepciones personales aparte, la obra raveliana, 50 años posterior a la original pianística de Mussorgsky sobre la que se inspiró, es un ramillete de influencias musicales, desde el barroco a la música popular rusa, en que las diferentes secciones de la orquesta tuvieron su momento desde la bastante entusiasta y quizá excesiva en volumen (a veces atronador) dirección de González, a quien se veía muy cómodo siguiendo la “Promenade” que guía el caprichoso paseo (precisamente) entre las obras plásticas seleccionadas en su día por el compositor ruso.

En lo que se refiere a la parte inicial del concierto, debe destacarse la espléndida interpretación al chelo de Asier Polo. La obra del praguense es terriblemente exigente con el instrumento y Polo da una lección de entrega y hondura. Esta obra, última de Dvôrak, era muy querida por el compositor, que se hallaba en una etapa sosegada cuando la alumbró y que se encuentra recorrida por memorias personales. El praguense siempre fue temeroso de que los diálogos entre chelo y orquesta resultaran desiguales, algo que en efecto ocurrió. La ORTVE se comió literalmente a Asier Polo en el bello primer movimiento, quien hubo de esperar al segundo, con el resto de instrumentistas más serenos, a poder desplegar el delicado más que voluminoso sonido de su Francesco Rugieri. En el tercer movimiento Pablo Gonzállez buscó una mayor compenetración entre orquesta y solista y solucionó en parte el desequilibrio reinante hasta el momento.

El auditorio (por cierto, no más allá del 70/75%) aplaudió con ganas la velada, y los músicos salieron reiteradamente a agradecer pero sin otorgar propina. Una decisión que, a nuestro juicio, debiera extenderse, para no emborronar las sensaciones dejadas por el transcurso de los conciertos, debidamente calculadas ya en los programas.