Magnífica,
inusual y conmovedora fue la jornada del día 23 en el Festival Internacional de
Santander, protagonizada por la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) bajo la batuta de la directora hongkonesa Elim Chan. Un programa absolutamente
innovador y una ejecución deslumbrante nos proporcionaron dos horas y media de
disfrute total. Lamentablemente, la Sala Argenta estaba al 40% de su
capacidad, probablemente por no tratarse de una programación convencional: dos
obras de estreno, encargo del Festival, por cuenta del cántabro Israel López
Estelche (Farewell o La despedida de las almas) y la guipuzcoana Beatriz Arzamendi
(Omne uiuum ex uiuo: todo lo vivo proviene de lo vivo), una maravillosa pieza
para percusión y orquesta del compositor húngaro Peter Eötvös (Speaking Drums o Tambores parlantes) y una más habitual Scheherezade de Rimski-Kórsakov.
La obra de
López Estelche es de una increíble belleza, con una melodía conductora desde la
sección de cuerda con la que se van entremezclando otras melodías y texturas
muy bien incardinadas, subrayando diálogos y ecos, hasta la extinción
progresiva de la melodía principal. Como su propio título sugiere, Farewell es una pieza de despedida, pero una despedida trazada desde la sutileza, lejos
del aspaviento y muy próxima a lo delicado, al susurro de lo inexplicable y al
tiempo ineludible del adiós. La OSPA supo responder a esos matices de color y
Chan desde la dirección aportó la profundidad requerida por la obra.
Sencillamente, preciosa.
A
continuación, uno de los platos fuertes de la noche: los Tambores parlantes de Eötvös, con una exhibición visual fantástica en el escenario de todo género de
modalidades de percusión. La obra en realidad se articula en cuatro poemas del
poeta húngaro Sándor Weöres, muy influido por el surgimiento de las
civilizaciones antiguas y por la filosofía oriental. El percusionista Dominique
Vleeshouwers, recitando aisladamente versos de los poemas de Weöres de un modo
casi chamánico y al tiempo ocupándose de los diferentes instrumentos de
percusión, como si de algún modo les estuviera transmitiendo la atávica
capacidad de la comunicación, supuso una experiencia exótica y embriagadora. La labor
de Vleeshouwers resultó tan asombrosa como titánica, casi hipnótica, y en esta
ocasión fue muy justamente aplaudida, mereciendo el público una deliciosa
propina: la Doppleriana del compositor neerlandés Theo Loevendie.
De algún
modo, en la misma línea temática que Estelche, la composición de Arzamendi
apela también a la supervivencia ante los depredadores de la vida. Se trata de
una obra secuencial con cuatro temas que oscilan entre la oscuridad, el rugido
de la amenaza, la reacción solidaria del común y la emergencia final,
valiéndose para ello de todos los recursos de la orquesta: cuerda, percusión,
metales… Una delicia que nos conmueve y atrapa para finalmente imbuirnos de una
sensación catártica de liberación. Muy emotiva y muy bella. Tanto Estelche como
Arzamendi salieron a escena a saludar al público.
La velada se
remató con una brillante interpretación de la exigente y arrebatadora
Sheherezade de Rimski-Kórsakov. Era, tal vez, la oportunidad de Elim Chan de
demostrar de forma más obvia su extraordinario talento al frente de una gran
orquesta como la OSPA, y de ahí su inclusión en un programa en el que esta obra tal vez
desentonaba un poco. A pesar de ello, y apenas transcurrieron los primeros
compases de la suite, no nos arrepentimos en absoluto de asistir a su
interpretación. Chan (por cierto, primera directora femenina de orquesta en las
71 ediciones del FIS: un punto para reflexionar) es menuda de aspecto pero
torrencial en el podio de dirección. Indesmayable, atenta a todas las
secciones, modulando y coloreando deliciosamente, con unas dinámicas acertadísimas,
sin escapársele un solo detalle… demostró por qué su nombre está empezando a
sonar con fuerza en los mejores auditorios y con las mejores agrupaciones
orquestales. El celebérrimo solo de violín que articula sensualmente la suite
nos mostró a un Dalibor Belovsky de primerísimo nivel, con un fraseo
excepcional, que en los acompañamientos con arpa resultó aún más subyugante, si
cabe. Por lo demás, la OSPA en conjunto dio una lección de orquesta entusiasta,
concertada y sólida que proporcionó una gratísima sensación.
Estado de
gracia, pues, en el escenario y en el patio de butacas, del que salimos
pensativos y completamente seducidos.