Gran noche instrumental la que nos brindó la Camerata
Salzburg en el contexto del Festival Internacional de Santander con Gregory
Ahss al violín y dirección, cuyo programa (el célebre “Adagio” para Quinteto
de cuerdas en Fa Mayor de Bruckner y la Serenata núm. 2 en Do Mayor, op. 16 de Brahms) estaba previsto que se completase con la violinista Janine Jansen,
intérprete neerlandesa muy familiarizada con los Stradivarius (es célebre su
grabación para Decca con doce de ellos), en el Concierto para violín y
orquesta núm. 4 de Mozart. Por motivos de salud de Jansen, esta hubo de verse
sustituida por la violinista Arabella Steinbacher, de madre japonesa y padre
alemán, circunstancia meramente anecdótica que tal vez no sea baladí a la hora de
enjuiciar su modo de volcarse sobre su instrumento.
El sonido de los Salzburg es pura calidez. Se trata de una
agrupación camerística de primera magnitud que, siguiendo las indicaciones del violinista
israelí de origen ruso Gregory Ahss, nos regaló un Bruckner inusitadamente
elegante, fluido y muy, muy colorido, precisamente como demanda la propia
pieza, surcada de bellos motivos melódicos, modulaciones imprevisibles… Pudo
achacárseles quizá un tempo excesivamente lento para el carácter de la pieza,
pero el extraordinario empaste situó este pequeño pero en un plano muy lejano.
En todo caso, este inicio constituyó un calentamiento de lujo para la que se
suponía que era la gran pieza de la noche. Los Salzburg, como su propio nombre
indica, son exquisitos especialistas en el sonido mozartiano, tal vez no por el
empleo de instrumentos originales de la época pero sí por la línea del genio
salzburgués, tan compleja y no siempre bien acometida. Los Salzburg son
elegantes y vibrantes respecto a Mozart, dinámicos sin acelerar los tiempos
innecesariamente, entusiastas sin caer en la (demasiado frecuente) vulgaridad.
Sus diferentes secciones son aterciopeladas, incluso cremosas; magníficos
vientos y metales en delicioso entendimiento. Menos nos gustó la violinista
alemana Steinbacher, que también tocaba un Stradivarius, en lo que a su
personal lectura de la partitura se refiere. El primer movimiento se mostró con
oscilaciones y titubeos y algunas notas falsas por aquí y por allí. En
justicia, hay que decir que a medida que avanzó en el concierto fue
recolocándose, pero se nos privó de ese carácter cantábile tan bonito, tan de
Mozart y tan requerido por esta obra. Steinbacher cumplió pero sin alma, sin
profundidad, aun con momentos virtuosísticos brillantes. Tal vez la sustitución
improvisada tuvo su quid en este asunto.
Por último, la Camerata Salzburg remató la noche con un
precioso Brahms que nos transportó a aquellos salones en que esta música se
escuchaba de forma selecta por también selectos invitados. Refinamiento,
excelente fraseo, implicación musical… fueron las tónicas de la noche
salzburguesa, que, muy aplaudida, nos regalaron como merienda inexcusable un
bis.