Qué daño hacen las etiquetas. Sobre todo cuando están mal
puestas o resultan fragmentarias o sesgadas. Estoy segura de que en la noche
del sábado muchos espectadores se perdieron un excelente espectáculo de la
Compagnie Käfig, programado dentro del Festival Internacional de Santander, por
la fama que les precede de ser un grupo de hip-hop. Pero no.
Con su Cartes Blanches la compañía francesa fundada por
Mourad Merzouki rinde homenaje a sus veinte años de vida sobre los escenarios. Bastantes
más de veinte, en realidad, porque Käfig (que significa, en feliz coincidencia,
‘jaula’ en árabe y en alemán) se creó en 1996 y estamos ya en 2022. Pero fue
tal el éxito de este espectáculo en su día que aún sigue girando. No nos
extraña, porque se trata de una hora exacta de magia que deja con ganas de más.
Magia, sí. Y es que en la compañía francesa y en Cartes
Blanches hay un poco de hip-hop, un poco de danza contemporánea, un poco de
magia, un poco de circo, un poco de teatro y un mucho de humor y sensibilidad.
En escena, seis bailarines (Yan Abidi, Rémi Autechaud, Kader Belmoktar, Brahim
Bouchelaghem, Sabri Colin y Hafid Sour) que van apareciendo progresivamente. El
primero define precisamente el nombre de la compañía, simulando con sus manos y
con un dominio total de la musculatura de su cuerpo estar atrapado en un
espacio del que no puede salir (como en la ventana invisible de Marceau), a
pesar de que nada aparentemente se lo impide. La escena (obra de Yoann Tivoli) se
compone de unas leves lámparas de araña y unos sofás y butacas de estilo, una
alfombra, algunos cortinajes sobre los que la luz va haciendo juegos con gran
inteligencia. Progresivamente se van incorporando el resto de bailarines,
haciendo dúos, tríos… y por supuesto pasajes con la totalidad del cuerpo de
baile en acción. Impresiona que los bailarines sean capaces de coreografiar
únicamente sobre los dedos de los pies, o tejer una escena apabullante sobre
una sola mano. Cartes Blanches de algún modo nos cuenta una historia de
contrastes apelando a la sonrisa: el enfrentamiento de estilos clásicos y más
actuales, el enfrentamiento de artistas/bailarines más jóvenes frente a otros
mayores. Hay escenas en que los más jóvenes se ríen de uno de mayor edad, que
aparentemente no puede seguirles el ritmo y resopla fatigado; y entonces este
se lanza al suelo y hace unos giros descomunales sobre su cráneo, dejando al
resto en respetuoso silencio. Hay solos maravillosos como el que se desarrolla
sobre la alfombra con una venida a negro progresiva de la iluminación, otros
divertidos como el del sofá y la pluralidad de manos, otros absolutamente
acrobáticos como el de la totalidad del cuerpo de baile en una aparente confusión
en realidad totalmente controlada, en la que deducimos que la unión hace la
fuerza.
La música tiene una importancia esencial en el espectáculo.
Exquisitamente seleccionada, a partir de piezas de Armand Amar, Hugo Fernández
Pioli y AS’N, nos subraya precisamente el final del espectáculo, lírico y
conmovedor al máximo: un dúo de bailarines con una preciosa melodía árabe que
con una delicadeza muy elevada, frente a la potente intensidad del resto de la
noche, simboliza el frágil pero tan imprescindible puente entre generaciones,
entre artes, entre civilizaciones. Qué gran mensaje final para una gran velada.
Espléndidos.