Creo recordar que fue Eugenio D’Ors quien
dijo aquello de que lo que no copiamos de los demás lo copiamos de nosotros mismos.
Nos viene la reflexión al pelo si hemos de referirnos a la reciente representación
de Silencio de Juan Mayorga en la Sala Pereda del Palacio de Festivales de
Santander.
Ya es la segunda obra del dramaturgo que
programa el Palacio en esta temporada, demostrándole al parecer una querencia
especial. En este caso, la obra se representaba oportunamente, a la sombra de
la reciente concesión del Premio Princesa de Asturias al autor madrileño. No
obstante, no es oro todo lo que reluce.
Todo autor tiene en sus cajones retales
perdidos que esperan un repaso para tal vez nacer a la luz. Ha sido este
precisamente el método empleado para alumbrar Silencio, una obra que no es
tal, sino un mero retoque del discurso de ingreso de Juan Mayorga en la RAE. Por
más que nos lo vendan como tal, un discurso no es una obra de teatro. No. Es un
discurso. Que sobre las tablas resulta denso, sin ritmo, académico, ensayístico
y ampuloso (a pesar de alguna bromita ocasional que se intercala en el texto
para intentar, sin éxito, aligerarlo). Particularmente, ya tuve ocasión de
escuchar ese discurso en 2019, y si entonces me pareció adecuado al contexto y correcto
en contenido, este reencuentro no ha sido precisamente afortunado. Desconocemos
si la idea de atildar el ensayito ad hoc fue del propio Mayorga o de algún
amigo bienintencionado, pero en cualquiera de los casos la ocurrencia no ha
sido la mejor.
Solo salva el desastre la imponente
actuación de Blanca Portillo, que con mucho arranque coge por los cuernos un
toro tan ingrato. Blanca es versátil, se desdobla en voz y apariencia, bebe de
fuentes clásicas del humor (innegable su aspecto achaplinado) para evitarnos el
tedio, se mete con compromiso y finura en la piel de los autores y personajes
que Mayorga cita en su textículo para introducir algo de acción, eliminar
estatismo del académico embrollo. Son 100 minutos en que Portillo lucha como
una leona para que no se note que, teatralmente hablando, aquello es un corta y
pega sin el menor sentido. Portillo se deja la piel en la escena hasta el
súbito final, en que hay muchos aplausos porque ella se los ha ganado. Y lo
demás… pues ya hace mucho que está dicho: the rest is silence.