No obstante estos asuntos no menores, lo importante del plato era la música, y en este aspecto hubo un peu du tout. Si en el foso la Orquesta Simfònica del Vallès, bajo la batuta bastante atinada de Daniel Gil de Tejada, «cumplió normas» con bastante corrección, detectándose además un esfuerzo notorio por acompañar y ayudar a los cantantes, no asfixiándolos y subrayando los pasajes más delicados, en escena las voces resultaron muy desiguales y, en líneas generales, poco satisfactorias. El mejor, sin duda, aun en su duro papel, fue el barítono Luis Cansino como Rigoletto, que se esforzó en dar expresividad a su personaje tan contradictorio y sostuvo un fraseo adecuado a lo largo de la representación, si bien resultó más convincente en sus intervenciones lacrimógenas que en las audaces en la corte; despuntó especialmente en el tercer acto, donde se creció y desplegó sus mejores capacidades, evidenciando que goza de una buena proyección en la parte alta y sobre todo en la central. Irregular pareció el tenor Antoni Lliteres en su papel de Duque de Mantua (en realidad una figura real censurada, cuyos vestigios perduran en el libreto de Piave) tiene un instrumento bonito, con un potente y abierto registro central y una gran proyección que precisan ser domesticados, al igual que su entonación, sorprendentemente deficiente en ocasiones; le falta elegancia en el fraseo y trabajo del matiz, pero tiene interés y es una voz con un prometedor recorrido. La Gilda de la soprano Elisa Vélez fue una de las torturas de la noche, con alaridos extemporáneos, transiciones carentes de la menor técnica y un registro bajo inaudible; su expresividad se limitó al lloriqueo en escena, sin transmitirnos la menor emoción por su tragedia personal. Frente a los gritos de Gilda hubo que aguzar el oído ante los susurros de la mezzo Anna Tobella, una Maddalena apagada que, sin embargo, se desenvolvió con gracia actoral en escena. Jeroboám Tejera se desempeñó como bajo eficaz, sin grandes alardes pero con la necesaria vis siniestra que su papel de Sparafucile demanda. El Coro de Amigos de la Ópera de Sabadell funcionó con solidez y bien empastado, aunque deberían pulir su italiano, concentrarse un poco en su decoro escénico y levantarse en huelga ante su vestuario.
El público de la Sala Argenta, prácticamente llena, agradeció tal vez con excesivo entusiasmo la representación, con frecuentes interrupciones y no siempre oportunas ovaciones en las arias más conocidas de la obra. Hemos de decir, en cambio, que si bien está que se abra los brazos al retorno de la pródiga lírica, esperamos que las próximas entregas estén un poco más cuidadas. Es posible lograrlo. Es posible.
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