PARÍS, DISTRITO 13. Jacques Audiard, 2021

 

En realidad, una extraña traducción de Les Olympiades, una serie de torres residenciales situadas en el distrito XIII de París, conocido por su multiculturalidad, con predominio de una suerte de pseudocolonización asiática. En este lugar tan concreto se entrecruzarán las vidas de tres jóvenes (y unos cuantos más con ellos) que, en una peculiar y desnortada búsqueda con múltiples bandazos, acaban por separar el polvo de la paja (nunca mejor dicho) de sus sentimientos y hallar una solución, quién sabe si transitoria, a sus necesidades sexuales, emocionales y sociales. Les Olympiades no es, desde luego, la mejor película de Audiard. Y, sin embargo, tiene una atmósfera mixta que atrapa, que es a la vez sensual y sobria, clásica y actual. Audiard se decanta por el blanco y negro (una elección muy frecuente en el último cine), lo que, lejos de parecer una mera elección estética esnobista, pienso que pretende transmitir esa idea de soledad, extrañeza, desorientación de sus personajes, alejados del previsible glamour parisino. La película se ha presentado erróneamente en algunas críticas como un reflejo de la banal promiscuidad sexual contemporánea, cuando en realidad tiene mucho de dolor interiorizado, de trenes que vienen y van hasta llegar a la estación correcta. También se le ha reprochado no ser más dura en sus planteamientos dado que introduce el lesbianismo o el porno digital en su desarrollo; pero es que la película no va de eso, sino tan solo del errático deambular de unos millenials (o ya no tanto) a los que la vida de hoy se lo pone muy difícil incluso en lo sentimental. Los personajes (muy bien todos los actores: Lucie Zhang, Makita samba y Noémie Merlant) están muy bien definidos y son muy distintos entre sí, no constituyen cliché en ningún momento, y precisamente su distancia de clase, racial, cultural y hasta laboral es lo que consigue que sus diálogos y acciones sean verosímiles y que la trama resulte atractiva y hasta inesperada en su (quizá demasiado dulce) desenlace (algo, por otra parte, muy novedoso en el director galo, tan aficionado a la tragedia asfixiante). Una buena banda sonora complementa esta historia en la que quizá todos estemos más presentes de lo que pensamos. No es imprescindible pero se deja ver con gusto.