UNA PASIÓN COMEDIDA



Con la proximidad de la Semana Santa van proliferando en las programaciones de los auditorios las obras relacionadas con el evento religioso. Es evidente que poder presenciar una Matthäus Passion (siempre traducida de forma incorrecta como Pasión según San Mateo) constituye un acontecimiento verdaderamente glorioso, máxime si presenta mimbres de una cierta calidad. En disco, contamos con la variedad de propuestas que desde sus más antiguos registros se han venido realizando, hasta llegar al adelgazamiento progresivo y cada vez más austero de las últimas grabaciones; si las primeras impresionaban por su despliegue instrumental y vocal, las últimas producen un mayor sobrecogimiento por su carácter recoleto, su reducción de voces (las célebres versiones OVPP) y su disección más acorde con el espíritu real de la obra (y probablemente con su interpretación original).

El Palacio de Festivales de Cantabria no ha querido permanecer ajeno a esta tradicional celebración y, aprovechando que Il Gardellino Baroque Orchestra y el Vocalconsort Berlin, dirigidos por Marcus Creed, iban a viajar al norte de España, se ha sumado a incluir en su programación dentro de su sección de Música Clásica una Pasión de Mateo en el pasado sábado, en la que además ha intervenido la sección de voces infantiles del Coro León de Oro, Peques LDO (en el Kursaal intervendrá la Escolanía Easo).

Creed es, dicho sea con total afecto, «perro viejo» en la dirección de proyectos bachianos y conoce perfectamente la partitura de la Pasión, oratorio de 1727 para voces solistas, coro doble y doble orquesta, al que en esta ocasión se añadió la intervención ya mencionada de Peques LDO. La música de la Pasión es tan arrebatadora que resiste casi cualquier cosa, aunque es evidente que debe ser bien tratada para un pleno disfrute. En ese buen trato se incluye una excelente instrumentación y unas voces acordes con sus papeles, tremendamente severas a nivel individual, aunque desde el punto de vista coral hay pasajes verdaderamente estremecedores que requieren una agrupación muy solvente.

En lo que al coro se refiere, hay que decir que tanto el Vocalconsort Berlin como Peques LDO (en el coro inicial y final de la primera parte) nos depararon momentos impactantes. Debe subrayarse la belleza del conjunto de las veinticuatro voces (algunas de ellas actuando como solistas), el sólido empaste y la proyección a pesar de las insólitas mascarillas. No se entiende que los cantantes (también los niños) a estas alturas deban intervenir con mascarilla en un escenario en que media orquesta, e incluso los solistas, no la portan. Una lástima, pues el absurdo adminículo restó apogeo, sonoridad y calidad de modo indeseado a un coro más que respetable; por no hablar del lamentable efecto estético.

En cuanto a los solistas, el tenor suizo Jakob Pilgram resultó ser un grato Evangelista, bien afinado y muy expresivo en su papel, con un instrumento sostenido prácticamente a lo largo de todo el oratorio, aunque en los últimos tramos acusaba ya cierto cansancio, natural en su muy exigente desempeño. La soprano austriaca Miriam Feuersinger fue creciendo a lo largo de la noche; sus primeras intervenciones sonaron algo lánguidas y escasas de volumen, pero progresivamente fue adquiriendo elegancia, desplegando la técnica que posee y alardeando de mayor proyección, exhibiendo una gran delicadeza y belleza tímbrica. El bajo-barítono francés Benoît Arnould tuvo, curiosamente, problemas con la audición de los graves, y su voz no acabó de convencer en su papel. Estuvo correcto el tenor Thomas Hobbs (algo desaforado en ocasiones) y mejor en técnica y tono el clásico Klaus Mertens, reconocido experto bachiano. El gran lunar vocal de la noche lo constituyó el contratenor sudafricano Clint van der Linde, desafinado en múltiples ocasiones, con un timbre engolado, hueco y desagradable; el siempre esperado ‘Erbarme Dich’ fue en su paupérrimo instrumento un auténtico desatino.

En lo instrumental, la agrupación belga Il Gardellino estuvo a muy buena altura. Se trata de músicos que dominan el repertorio barroco a la perfección. Sin embargo, a pesar de que Marcus Creed los animaba, se mostraron comedidos en sus ejecuciones; algo por otra parte bastante habitual en este ensemble y en otros de próxima procedencia geográfica que no mencionaremos por no fastidiar, en los que la corrección incluye cierto freno. A pesar de ello, debe alabarse a la concertino y asimismo la sección de flautas y oboes, brillantes y seductores.

En suma, una noche disfrutable que esperemos que traiga de la mano otras similares.