VIOLÍN PARA EL RECUERDO

Continuando con la programación musical del Palacio de Festivales, hubo ocasión en este fin de semana de disfrutar de la Orquesta Sinfónica de Radio Berlín en un programa denso y apretado (excesivamente, tal vez), que dirigida por Vladimir Jurowski y acompañada por el violinista Leonidas Kavakos en las partes solistas, nos hizo partícipes de una noche memorable. Los precios previstos para la programación del otoño/invierno del Palacio están bien ajustados, lo que nos hace reflexionar sobre la posibilidad tangible de disfrutar de excelentes programas más allá del supuesto relumbrón de algunos sobrevalorados (y cada vez más alicaídos) festivales. En particular, la noche del viernes en la Sala Argenta acogió la interpretación de la Obertura del Don Giovanni mozartiano, el célebre y complejo Concierto para Violín, op. 77 de Brahms y la habitualmente mal llamada Novena Sinfonía, conocida también como La Grande, D. 944, de Schubert.

Sorprendió tal vez la entrada con la obertura mozartiana –que sonó muy compacta y áspera y muy poco mozartiana, por cierto– en un programa extenso e intenso como el que se proponía en la estrellada noche –pausa al fin en el habitual aguacero de las últimas semanas– del viernes. Entendemos que el programa pretendía subrayar una evolución estilística que, sin embargo, resultó un tanto innecesaria y distractiva.

El plato fuerte de la noche fue el concierto brahmsiano, que no por muy escuchado deja nunca de cautivar los corazones, en especial si la interpretación es exquisita. En este sentido, la intervención del violinista griego Leonidas Kavakos, que con su mera estilizada presencia y gestualidad constituye ya un placer para los sentidos, supuso una aportación gloriosa que bien puede decirse sin exageración que es de lo más brillante que se ha escuchado en la Sala Argenta en los últimos tiempos. No vamos ahora a ensalzar las cualidades técnicas del violinista ateniense, sobradamente conocidas, pero lo cierto es que en la velada del viernes su Stradivarius sonó especialmente atinado, derrochando un fraseo exquisito, una afinación impecable, unas entradas sencillamente perfectas y unos pianísimos y fortes encantadores. Su hondo conocimiento de la obra resultó más que evidente, ofreciendo al auditorio –que por desgracia aplaudía a destiempo—una versión delicada mas no empalagosa, con un cierto punto de muy grata y elegante austeridad. Kavakos, en este sentido, logró casi eclipsar a la orquesta, como un violinista mágico que hubiera sustraído en un sortilegio nuestra atención total.

La OSRB logró en cierto modo desquitarse en la segunda parte del concierto, tras una pausa quizá excesiva de quince minutos en una noche larga per se, con la mentada sinfonía schubertiana. Jurowski optó por una lectura brillante, sonora, clasicista más que romántica, con un peso importante de la sección de metal en detrimento de una cuerda más adelgazada. El director ruso, además, escogió el respeto a la totalidad de repeticiones de la obra, con lo que esta se fue prácticamente a la hora de duración. Jurowski, impetuoso aunque al tiempo detallista desde el comienzo, fue reservándose para el potente y majestuoso allegro vivace final, donde dio alas a contrastes y a un bello colorido que había estado conteniendo hasta el momento.

Cabe comentar que, dada la un tanto incomprensible ausencia de programas de mano, no estaría de más que el Palacio se ocupara de sobretitular las obras para guiar al público –o a un sector del mismo– y evitar confusiones y desconciertos, además de pantallas de móvil iluminadas aquí y acullá para seguir lo que en escena acontece.