El tono del monólogo oscila entre lo trágico y lo cómico, con inserciones de referencias a la actualidad para acercar la obra al espectador de hoy (suponemos) y probablemente para descargar la intensidad emotiva de varios de los hechos que se describen en escena. Estas alusiones, sin embargo, aunque provocan sonrisas facilonas en el patio de butacas, nos sacan de la hondura del texto que, todo hay que decirlo, está bien construido. Aunque el planteamiento de deconstrucción de personajes míticos que realiza Cordero no es precisamente nuevo (el Juicio a una zorra con Carmen Machi en el papel de Helena de Troya es quizá uno de los más cercanos en el tiempo), el dramaturgo asturiano alumbra una intrahistoria de la princesa adivina que nos acerca al personaje, recordándonos que, a pesar del paso de los siglos, el menosprecio de ciertos hombres por la mujer y el ídem del poder por los súbditos no se han movido un ápice de los años de la Edad Oscura. Sandro Cordero no es Christa Wolf, desde luego, pero hace una aportación interesante con pasajes bonitos y conmovedores.
A ello contribuye el buen trabajo de Cristina Lorenzo. La actriz comienza un tanto baja de tono, pero poco a poco la actuación va creciendo y ella misma se va creyendo más y más su papel. El vestuario no es precisamente un acierto, pero tampoco estorba al propósito esencial de la obra (en la que, por otra parte, hay alguna que otra incorrección en la descripción del mito, confundiendo el hacha vengadora de Elektra con la alfombra letal de Clitemnestra). En líneas generales, Cristina Lorenzo domina su monólogo y se adueña de esa mujer maltratada por la historia y por la ciega estulticia de las masas; algo que hoy en día, por desgracia, nos sigue resultando demasiado familiar.