MATTHEW LOCKE: DE LA SUPERVIVENCIA POR LA MÚSICA


El 24 de septiembre de 1645 la vista de William Lawes se oscureció súbitamente al recibir un balazo en la cabeza. Lawes murió en Chester, defendiendo a Carlos I del asedio de los hombres de Cromwell. Se dice que el rey Carlos lloró amargamente la muerte de su caballero, a quien llamaba «padre de la música». Su llanto, no obstante, no se prolongó más allá de cuatro años, los que su cabeza permaneció sobre sus hombros antes de que Oliver Cromwell mandara separarla de su cuerpo. Eran tiempos aquellos en que los artistas —da igual si músicos o pintores o escritores— «ponían su vida al tablero» —como escribió otro grande de las letras y las armas— para defender sus ideales, más allá de sus querencias culturales. Oliver Cromwell logró con sus violentas y drásticas hazañas instaurar un Protectorado —así lo llamó— que se caracterizó esencialmente por la persecución y exterminio, aunque no sólo, de todo lo relacionado con la cultura y las artes. 
Cromwell tuvo a bien desaparecer de este mundo tres años antes del nacimiento de Henry Purcell. Justamente en ese mismo año, en 1661, y en particular en el mismo día en que Carlos I había sido ejecutado por Cromwell, su cuerpo fue exhumado de su sepulcro en la Abadía de Westminster. Descuartizado en la ciudad de Tyburn —célebre por sus peculiares patíbulos y sus indiscriminadas ejecuciones— y posteriormente arrojado a una fosa, solo su cabeza se salvó de la tierra para acabar expuesta en una pica frente a la Abadía. Cromwell forma parte de esa privilegiada lista de hombres de Estado cuyo cadáver fue profanado en razón de sus «méritos» en vida: Vlad el Empalador, Ricardo III, Rasputín o Mussolini se cuentan entre sus compañeros de destino póstumo. En los años previos, entre 1653 y 1658, Cromwell había instaurado un régimen no únicamente de terror sino también y sobre todo de puritanismo exacerbado, con evidentes privilegios concedidos al ejército en exclusiva, con una acusada práctica de la esclavitud y con persecuciones y torturas dispensadas generosamente a quienes se atrevían a disentir de los principios religiosos del Protectorado. 
Si en ese contexto, pues, había perecido Lawes, glorioso sucesor de Dowland, logró sin embargo sobrevivir a la barbarie otro genio de la música: Matthew Locke, nacido en 1621, apenas cinco años más tarde de la muerte de William Shakespeare. Casi medio siglo después, esta remota conexión afloraría en su composición para una representación de La tempestad, que ha quedado como una de las más conocidas del catálogo de Locke. El caso es que Matthew Locke era por definición un superviviente nato, dada su capacidad de adaptación a los entornos más diversos y de elusión de consecuencias en sus escabrosas osadías personales y políticas. En los años últimos de Cromwell, Locke hizo buena carrera con ciertas representaciones musicoteatrales a las que siempre fue muy aficionado. Ya posteriormente, con la restauración de la monarquía en la persona de Carlos II, no renunció a seguir componiendo obrillas tan edificantes como La crueldad de los españoles en Perú, aunque en verdad su obra mayor fue la entrada del rey Carlos II en Londres el día de San Jorge de 1661, una suerte de procesión triunfal para la que Matthew Locke compuso una suite explícitamente dedicada a His Majesty’s Sagbutts and Cornetts, además de la música para la ceremonia religiosa en la Abadía de Westminster y para el banquete posterior, y unos aires finales para las masques, el espectáculo teatral con música tradicional de la Inglaterra del XVII. Además de estas festivas composiciones que granjearon a Locke en inmediato favor real cabe distinguir dentro de su producción unas piezas maravillosas que se ha dado en calificar como broken consort: frente al whole consort convencional —diálogo de instrumentos de la misma famillia—, el broken consort lo que hace es proponer ese mismo diálogo pero entre instrumentos de secciones distintas (cuerda pulsada, cuerda frotada, viento y percusión). El resultado es un ejercicio musical de técnica asombrosa y extraordinaria belleza de voces combinadas. 
El pasado sábado en CASYC, bajo la organización de Música Antigua de Santander (mas+), tuvimos ocasión de escuchar un ramillete de estos broken consort de Locke en alternancia con un par de suites del Consort of Fower Parts del mismo compositor, a cargo del joven pero cada vez más firme y reconocido —y premiado— grupo Delirium Música, con presencia en esta ocasión de Juan Portilla (dirección y flauta), Beatriz Amezúa (violín barroco), María Saturno (viola da gamba), Calia Álvarez (viola da gamba) y Jorge López-Escribano (al continuo en el clavecín). Los discursos entre la flauta y la cuerda resultaron exquisitos, equilibrados, de absoluta compenetración y a la vez de gran claridad de líneas. La afinación estuvo casi perfecta a lo largo de todo el concierto, favoreciendo el éxito en la ejecución de una música caracterizada por su dificultad técnica de contrapuntos y juegos semilaberínticos entre las diferentes voces. Debe destacarse también la medida y efectiva labor del continuo, perfectamente audible y sin embargo fiel camarada en las evoluciones del resto de instrumentos. Refinamiento, hondura y magnetismo fueron las notas definitorias de una noche que se hizo breve ante la evidente labor de estudio y penetración de las obras de Locke culminada por los Delirium Música. El grupo obsequió al auditorio con una enrevesada pieza de Purcell, una chacona en que el bajo ostinato del clavecín subrayó las hermosas evoluciones y dulces escarceos de las tres cuerdas del grupo. Un perfecto modo de clausurar la velada, en tono y contenido, dado que Purcell, además de gran amigo de Locke, fue su sustituto como violinista en la Capilla Real.

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