Continúa el Festival Internacional de Santander en su tercer día de andadura –tras hacer doblete el miércoles con la Filarmónica de Luxemburgo– con la segunda orquesta de su programación: la Orquesta Sinfónica de la Radio Televisión Española, dirigida por el maestro Pablo González, que ofreció una velada compuesta por el Concierto para piano y orquesta núm. 2 de Chopin (con la presencia del pianista Dmytro Choni) y la Novena Sinfonía de Shostakóvich. Se nos planteó, en consecuencia, una jornada plena de contrastes, que tuvimos ocasión de apreciar no solo programáticamente sino incluso a nivel interpretativo.
El segundo concierto de Chopin (1829), que en realidad es cronológicamente anterior al primero, es una obra surcada de bellas melodías y de altísima expresividad romántica. De ello dieron buena cuenta tanto la lectura que realizó el maestro González como la propia Orquesta RTVE, subrayando el hermoso fraseo del maestoso para así dar paso al intimismo sumo de Dmytro Choni. Nos sorprendió muy gratamente el joven pianista ucraniano, de veintisiete años, premiado hace tan solo tres en el Concurso Internacional de Piano de Santander. Es evidente que el instrumentista ha continuado ahondando con talento y solvencia en su formación, pues dio en la noche del jueves una lección de sensibilidad y delicadeza característicamente chopinianas. Por su parte, Pablo González realizó una labor magnífica enfatizando los pasajes solistas, arropándolos con delicadeza cómplice, muy particularmente en esa ensoñación erótico-amorosa del larghetto central. Se remató muy bien la obra con un luminoso allegro final en que el piano y la orquesta, en especial en su sección de cuerda, caminaron con acierto de la mano. El pianista de Kiev fue merecidamente aplaudido y obsequió al auditorio con una obra singular y bien bonita: una paráfrasis de Alfred Grünfeld a partir de un tema de la opereta Die Fledermaus de Johan Strauss.
Tras tales cadencias melifluas
sobrevino la música de Shostakóvich a poner la noche del revés. La Novena Sinfonía es
una obra de orígenes inciertos –como casi todo en el enorme compositor ruso–
que, compuesta en 1945, estaba llamada a ser una suerte de gran sinfonía
victoriosa tras los acontecimientos bélicos recién vividos. Lejos de tal
propósito, Shostakóvich ofrece una obra inclasificable en forma de suite, con
cinco movimientos de escasa duración, en que descuellan sus ironías tan
habituales en otras piezas suyas con pasajes de oscura melancolía. Hay que decir
que la orquesta y su director no estuvieron aquí tan atinados como en el
programa precedente. En el primer movimiento hubo dificultades de adaptación,
las secciones de la orquesta no fluían con el empaste requerido, y la circense
ironía de la pieza quedó desdibujada. El segundo movimiento, por su parte, se
desarrolló con cierta pesadez y careció de la sombría profundidad que el
compositor buscaba. A partir del tercer movimiento comenzó a reinar algo de
orden, esencialmente con la intervención afinada de trompetas, trombones y
tubas. En el allegretto final el fagot reinante realizó su cometido, pero
condujo a la orquesta de nuevo a una cierta confusión que el director no supo
controlar, primando más el estruendo de la marcha final que la claridad en los
capciosos contrastes astutamente delimitados por el compositor. Pablo González
realizó un gran esfuerzo con todas las secciones de la orquesta que, sin
embargo, no fructificó debidamente. Tras el fin del concierto, la noche se
cerró con extrañeza, quedando los músicos sentados a la espera de la salida de
su director que, sin embargo, a pesar de los aplausos del público, no
compareció. ¿Cosas del directo?
(Fotografía: Pedro Puente Hoyos)