HERMOSA VELADA VERSALLESCA

No es sencillo trasladar a la danza la biografía de María Antonieta de Austria (su nacionalidad le valió el apelativo de LAutrichienne, que en francés podía entenderse como «austriaca» y también como «otra perra»), reina de Francia y de Navarra, esposa de Luis XVI, célebre por su cabeza guillotinada (depositada entre sus piernas para escarnio al ser enterrada) y por una frase que, según Stephan Zweig, nunca pronunció: aquello de «si no tienen pan, que coman pasteles».

Muchas son las preguntas que nos asaltan a la hora de enjuiciar a un personaje histórico de semejante calibre, pero el Malandain Ballet de Biarritz (ciudad, por cierto, muy amante del buen arte de la danza) se decantó desde el primer momento por poner sobre la escena una narración diacrónica de la evolución de la personalidad de la mítica reina, al recibir Thierry Malandain el encargo de realizar una producción sobre ella para el delicioso Teatro de la Ópera de Versalles. Lo que en un principio iba a ser un espectáculo exclusivo cosechó el éxito y reconocimiento suficientes para que se extendiera su representación por diversos auditorios europeos.

Hay que subrayar el excelente concepto escénico ideado por Jorge Gallardo, que transita sin artificiosidad entre el Barroco más puro (esos preciosos pasajes de iluminación con velas) y un neoclasicismo austero, logrado con un decorado de Frédéric Vadé en tonos pastel muy aúlicos, fragonardianos, aun sin su característico exceso. Es de alabar asimismo el equilibrio difícil pero muy atinado en la proposición del vestuario, evocador de la fastuosidad de la corte francesa aunque a la vez partícipe de una ligereza que favorecía la belleza intrínseca de los movimientos del cuerpo de baile (y un sonido de un «frufrú» de sedas de lo más apropiado para el contexto). 

Esta obra lleva ya en gira más de dos años (particularmente, pude ya disfrutarla en 2019 y con el lujo de la Orquesta Sinfónica de Euskadi en el foso), con lo que es fácil suponer que, a pesar de la música enlatada en este caso, todo iba a funcionar a la perfección. La secuencia de la biografía de la reina se articula (aunque no solo) a través de cuatro reveladoras piezas de Haydn (La mañanaEl mediodíaLa tarde y La caza) Siguen sorprendiendo números de una belleza extraordinaria: el noviazgo absolutamente cándido de Luis y María Antonieta adolescentes, la escena de celebración del compromiso de los Delfines con la representación del mito clásico de la decapitación de Medusa por Perseo (en una evidente anticipación de lo que la Historia acarrearía años después), la voluptuosidad impresionante del dúo Luis XV / Madame du Barry (uno de los más intensos de la noche), la fusión / ficción deliciosa de María Antonieta con los campesinos en su célebre Hameau, la ternura del hijo al fin sobrevenido (bien resuelta su forma de muñeco articulado) tras años de espera con el fondo de la conmovedora música de Gluck (el célebre y delicado Ballet des ombres heureuses, en la «Muerte de Orfeo»), el sensual despliegue de los enormes y brocados abanicos de sugerente polisemia…

Se aprecia un obvio peso coral en el desarrollo de la obra, aunque no faltan ocasiones para el lucimiento individual, a dos y a tres de los bailarines, todos ellos brillantes (podemos mencionar, sin demérito del resto, a la estilizada Claire Lonchampt, el refinado Mickael Conte, el poderoso Frederik Deberdt o la implacable Yui Uwaha). El trazo es clásico pero los pies descalzos, el especial protagonismo concedido a los brazos y los dedos de las manos, y la gestualidad comedidamente contemporánea convierten el espectáculo en un disfrute que sobrepasa el hacha inexorable de la Historia.

Por cierto, hablando de hachas, el coreógrafo presenta la ejecución de sus protagonistas tomados de la mano y con un solo descenso de guillotina, cuando sabemos que murieron por separado. Pero lo contundente de la escena final, con un negro total cortado por ese solo sonido aterrador, compensa la licencia.


(Fotos de la compañía)