Cuando se cuenta con un buen ensemble dispuesto a abordar los cuartetos nº 15 en la menor op. 132 y 16 en Fa Mayor op. 135 de Beethoven es difícil que algo salga mal. Y, en efecto, buena fue la jornada del viernes noche en la Sala Argenta propiciada por el Festival Internacional de Santander, a cargo del Cuarteto Quiroga. Los cuatro instrumentistas dejaron patente su esfuerzo al acometer el concierto con mascarillas, dada su recíproca proximidad, que no alteraron con el fin de no quebrar su sonido compacto.
Previamente al inicio de la noche, el espléndido segundo violín del cuarteto, Cibrán Sierra, realizó una comprometida introducción al concierto, subrayando que el programa, más allá de la obvia conmemoración de la efeméride del genio de Bonn, pretendía asumir un carácter en cierto modo de consuelo, sugerido de forma natural por las propias obras presentadas. Es bien sabido que el opus 132 fue compuesto por Beethoven recién emergido de una penosa enfermedad, y que en concreto el Molto Adagio central es un monumento monstruoso (en el sentido etimológico del término) a la gratitud, a la belleza, al intimismo, a la plenitud, desde una atalaya absolutamente depurada y espiritual (Sierra mencionó la palabra «mística», que particularmente no me gusta mucho aplicada a esta obra: en todo caso aceptaría «metafísica»). Este enfoque sin duda condicionó la interpretación de los Quiroga, que si bien en el primer movimiento se dejaron llevar por una cierta ligereza, incluso gestual, fueron progresiva e intencionadamente encaminándose hacia una versión sin aristas, homogénea y redentora, hermosa pero quizá a falta de mayores contrastes y subrayado de las disonancias que esta contiene, lo que se hizo patente en especial en el Andante final de ese inefable tercer movimiento, cumbre de la música de cámara más atenta a la contemporaneidad.
El opus 135 se acometió con mayor brillantez y color en el sonido, despojado del dogma sanador de su precedente en el programa, aun cuando fue compuesto en trágica circunstancia. Ritmos, escalas, lúdicos homenajes a sus predecesores… surcan la partitura de esta pieza, y todo ello fue adecuadamente recogido por los miembros del Quiroga, minuciosos, perfectamente empastados, con bonitos ataques sin renunciar al equilibrio, dando realce a esa entusiasta anotación que el mismo Beethoven transcribió: «Es muß sein!» («Así debe ser»).
Los cerrados aplausos suscitaron que el Cuarteto Quiroga obsequiara al auditorio con una propina también intencional, en este caso un Bach que sonó muy poco a Bach y que pretendía concienciar sobre el cuidado a nuestros mayores: el coral que sirve de pórtico a la muerte de Cristo en la Pasión según Juan, «Er nahm alles wohl in acht».