APOLO Y DIONISOS ENLAZADOS


En coherente continuidad con el bello concierto del Les Musiciens du Louvre ofrecido en la noche precedente dentro del Festival Internacional, en la velada del sábado se prolongó el programa Mozart con clara mirada hacia Beethoven, esta vez a cargo de la Orquesta Nacional de España, bajo la batuta de quien fue su cariñoso titular –en realidad, continúa como honorífico–, Josep Pons. El programa comprendía el Concierto para piano y orquesta en re menor, núm. 20, K. 466 en su primera parte, y en la segunda –sin apenas transición– la Sinfonía en sol menor, núm. 40, K.550.

El concierto para piano es una obra muy apreciada por el público, seguramente por su belleza y variedad indiscutibles, tal vez también porque anticipa formalmente de algún modo obras tan arraigadas en nuestro paisaje cultural como el Don Giovanni o el Réquiem, compuestos en la misma tonalidad. En este caso, el pianista invitado era Javier Perianes, un habitual en el escenario santanderino. Hay que decir que desde el comienzo de la noche todo fluyó adecuadamente. La orquesta acometió con homogéneo entusiasmo el tema principal del primer movimiento, deslizándose con cuidada suavidad hacia la distensión del segundo. Perianes, muchas veces más efectista y epidérmico, estuvo en esta ocasión realmente brillante, expresivo e intenso, exhibiendo una gran técnica en los pasajes más complejos, obteniendo un sonido corpulento y delicado al tiempo, con exquisita construcción del arco melódico, y ofreciendo un lirismo veraz no exento de rigor rítmico. El pianista onubense mantuvo un perfecto diálogo con el planteamiento de la orquesta, con cadencias de beethoveniana referencia y ricas melodías que desembocaron en el hermoso Rondó final con ágil carnosidad, en tanto la orquesta reforzaba el arrebato –qué perfilados sforzandi– en su sección de cuerda. Una versión realmente bonita que culminó con merecidos aplausos del auditorio y que suscitó que Perianes regresara al escenario para regalar una propina ejecutada con delicioso virtuosismo: la Serenata andaluza de Manuel de Falla, con la que el gaditano abriera las puertas del siglo XX.

La sinfonía número 40, a veces denominada La grande para distinguirla de la número 25 de la que es clara y perfeccionada secuela, de espíritu oscilante entre un intachable clasicismo y un oscurecido dramatismo romántico (el Sturm und Drang), forma parte de la terna final de sinfonías mozartianas y sin duda es la más conocida de ellas entre el público. En lugar de acometer una sinfonía más reflexiva o peripatética, Pons optó por una versión muy rotunda y atenta a las dinámicas, potenciando muy expresamente las posibilidades tímbricas de las diferentes secciones de la orquesta, y resaltando con ello los audaces discursos melódicos de la partitura, haciendo gala de un cuidadoso fraseo. No resultó ajena a este empeño la concertino invitada de la ONE, la violinista ibicenca Lina Tur Bonet, que brilló por su claridad e intimista virtuosismo. La 40 es una sinfonía de superposición de transparencias, y así se hizo evidente en el Allegro assai final, surcado por fractales tonalidades muy bien presentadas por la orquesta que acabaron por estallar en el bien conducido fugatto. En suma, una noche apolínea muy bien avenida con Dionisos.