El concierto para piano es una obra
muy apreciada por el público, seguramente por su belleza y variedad
indiscutibles, tal vez también porque anticipa formalmente de algún modo obras
tan arraigadas en nuestro paisaje cultural como el Don Giovanni o el Réquiem,
compuestos en la misma tonalidad. En este caso, el pianista invitado era Javier
Perianes, un habitual en el escenario santanderino. Hay que decir que desde el
comienzo de la noche todo fluyó adecuadamente. La orquesta acometió con
homogéneo entusiasmo el tema principal del primer movimiento, deslizándose con
cuidada suavidad hacia la distensión del segundo. Perianes, muchas veces más
efectista y epidérmico, estuvo en esta ocasión realmente brillante, expresivo e
intenso, exhibiendo una gran técnica en los pasajes más complejos, obteniendo
un sonido corpulento y delicado al tiempo, con exquisita construcción del arco
melódico, y ofreciendo un lirismo veraz no exento de rigor rítmico. El pianista
onubense mantuvo un perfecto diálogo con el planteamiento de la orquesta, con
cadencias de beethoveniana referencia y ricas melodías que desembocaron en el
hermoso Rondó final con ágil carnosidad, en tanto la orquesta reforzaba el
arrebato –qué perfilados sforzandi– en su sección de cuerda. Una versión realmente
bonita que culminó con merecidos aplausos del auditorio y que suscitó que
Perianes regresara al escenario para regalar una propina ejecutada con
delicioso virtuosismo: la Serenata andaluza de Manuel de Falla, con la que el
gaditano abriera las puertas del siglo XX.
La sinfonía número 40, a veces
denominada La grande para distinguirla de la número 25 de la que es clara y
perfeccionada secuela, de espíritu oscilante entre un intachable clasicismo y
un oscurecido dramatismo romántico (el Sturm und Drang), forma parte de la
terna final de sinfonías mozartianas y sin duda es la más conocida de ellas
entre el público. En lugar de acometer una sinfonía más reflexiva o
peripatética, Pons optó por una versión muy rotunda y atenta a las dinámicas,
potenciando muy expresamente las posibilidades tímbricas de las diferentes
secciones de la orquesta, y resaltando con ello los audaces discursos melódicos
de la partitura, haciendo gala de un cuidadoso fraseo. No resultó ajena a este
empeño la concertino invitada de la ONE, la violinista ibicenca Lina Tur Bonet,
que brilló por su claridad e intimista virtuosismo. La 40 es una sinfonía de
superposición de transparencias, y así se hizo evidente en el Allegro assai
final, surcado por fractales tonalidades muy bien presentadas por la orquesta
que acabaron por estallar en el bien conducido fugatto. En suma, una noche
apolínea muy bien avenida con Dionisos.