Cuando el joven Georg Friedrich Handel
llegó a Londres a finales de 1710 ya sabía que impondría su criterio estético en
un entorno huérfano de magisterio desde la aún reciente desaparición del gran Henry
Purcell. El compositor que con apenas veinte años había encandilado a los más
exigentes aristócratas y cardenales italianos con encendidas a la par que
delicadas cantatas y había triunfado con sus primeras óperas en la fastuosa
ciudad de Venecia, desembarcó con perspectiva de éxito seguro en una nación
musicalmente muy rezagada respecto de los grandes escenarios europeos. Solo una
personalidad arrolladora como la de Handel, de recia raigambre germánica, podía
ser capaz de implantar la ópera en lengua italiana en un país tan estricto como
Inglaterra. De semejante cóctel intelectual, unido a la ambición y a la
extraordinaria capacidad de anticipación del también veinteañero empresario
teatral Aaron Hill, emergerá un producto como Rinaldo, una de las más locas y
hermosas producciones operísticas del Caro Sajón y la primera propiamente
“moderna” en la capital británica.
Mientras la velocísima mente de
Handel reparó en el adormecido y sin embargo espléndido poema épico Jerusalén
liberada, de Torquato Tasso, que llevaba criando malvas más de dos siglos por
su entonces extravagante temática, surcada de brujas, encantamientos, héroes,
batallas y dilemas morales, Hill supo ver en todo ello la oportunidad de crear
un espectáculo grandioso en su teatro, una obra que atraería irremediablemente
al público por sus efectos especiales, su discurso, sus trampantojos y su ampulosidad.
Rinaldo estaba llamada a ser una ópera fascinante y, sobre todo, muy
rentable. Y, en efecto, lo fue, aunque mucho más para Handel que para Hill, que
acabó perdiendo su puesto al frente del Real Teatro de Haymarket, donde la
composición se estrenó, por disputas financieras con el personal de la
producción.
La historia de Tasso es una
delicia verdadera, con personajes que inspirarán, posteriormente a la azarosa
vida de su autor, grandes obras musicales y pictóricas: Tancredo y Clorinda,
Armida, Rinaldo… beben de la más pura tradición clásica para ofrecernos perfiles
y paisajes que recuerdan a los grandes caracteres de la Ilíada o la Eneida,
aun anacrónicamente enmarcados en unas peculiares Cruzadas. Handel asienta
sobre los dos firmes pilares de Rinaldo y Armida una composición de singular
belleza en la que reutiliza piezas suyas anteriores a la vez que crea algunas
de las arias más inolvidables que contamos en su haber. El Sajón alumbró una
partitura ciertamente inspirada y brillante, dinámica y “afectuosa” (rica en
“afectos” barrocos), con pasajes solistas innovadores y apabullantes: delicadas
flautas que simulan pájaros, vigorosas trompetas que incitan a la guerra, un clave
impetuoso que al final del acto segundo permite al músico desplegar todo su
poder de encantamiento en una prolongada y arrebatadora intervención.
No es Rinaldo una ópera muy
representada, por arrastrar el inexplicable sambenito de la inverosimilitud de
su trama. No obstante, en este año han coincidido una producción en el veraniego
Festival de Glyndebourne (en realidad, reposición de una curiosa versión de
Carsen) y otra mucho más cercana en el espacio y en el tiempo, en la Ópera de
Oviedo, que a su vez rescata un montaje recientemente estrenado en el Teatro
Chemnitz, a cargo de Kobie Van Rensburg en la dirección escénica, y con Aarón
Zapico en el foso del Teatro Campoamor. Pese a que la presencia de Zapico
parecía presagiar que el concepto de la ópera sería apropiado en tono e
interpretación, fueron muchas las decepciones que nos deparó el estreno del
pasado domingo en el Campoamor. La peor de ellas, sin duda, la conversión de
una obra noble en un sainete de mal gusto con pésimos subtítulos que tergiversaron
gravemente y asesinaron con vulgaridad y alevosía la belleza del texto italiano
del libretista Rossi; el refinado amor y los hechizos fulgurantes quedaron
reducidos a una escombrera de ideas torpes y soeces, términos
descontextualizados y sentimientos paupérrimos (algo que nos aterra si pensamos
en el público que pueda haberse acercado por vez primera y sin otras
referencias a esta ópera). No le anduvo en zaga la presentación escénica, que
se valió de la técnica del croma para introducir efectos dinámicos,
pseudocinematográficos, con una estética pueril y a ratos ‘kitsch’, válida tal
vez para una función escolar pero no para un auditorio adulto acostumbrado a
asistir a largas y densas funciones líricas. Con el ‘Rinaldo’ se han hecho
muchas tonterías, varias de ellas visibles en DVD, y se han adoptado enfoques
singulares (existe incluso una versión de marionetas), pero no se puede usar a
Handel para fabricar un subproducto; y, si se hace, hay que advertirlo por una
elemental razón de honestidad. Desde el punto de vista musical hubo luces y
sombras: pasajes muy brillantes frente a violines desafinados (esa obertura), tempi
caprichosos y deficiente balance que hizo sufrir a los cantantes por el
desmesurado volumen orquestal de una agrupación poco familiarizada con la deseable
interpretación historicista. Por otra parte, la partitura sufrió extrañas
recolocaciones e incoherentes recortes; es un dislate juntar, sin transición
alguna, el ‘Cara sposa’ y el ‘Lascia ch’io pianga’ y echar el telón. Los cantantes
tampoco vivieron su mejor noche, sospechamos que en algunos casos afectados por
las imposiciones estáticas a que obliga el croma. La gran Vivica Genaux
(Rinaldo) tiene una gran técnica pero no llegó a entregarse. Carmen Romeu
(Armida) estuvo destemplada y fuera de registro. Sí sorprendió agradablemente
Lenneke Ruiten (Almirena) en el conjunto del desorientado reparto y en una función
en la que todo parecía andar manga por hombro. Fue una auténtica lástima que
tanto trabajo (porque lo hubo) redundara en un resultado tan precario.
Llegados a este punto, sería
idóneo poder recomendar una versión del Rinaldo en DVD, pero las dos
producciones más logradas que existen no están registradas, aunque sí
disponibles en YouTube: la de Praga, con dirección musical de Václav Luks y
escénica de Louise Moaty, y la de Rávena, con dirección musical de Ottavio
Dantone y escénica de Pier Luigi Pizzi. Dos propuestas bien dispares que captan
la belleza y la esencia de aquel Handel juvenilmente maduro que en este año,
cumplidos 260 de su fallecimiento, recordamos.
PARA ESCUCHAR
G.F.Handel: Rinaldo. René
Jacobs, director. Freiburger Barockorchester. Vivica Genaux, Miah Persson, Inga
Kalna, Lawrence Zazzo, Dominique Visse et al. Harmonia Mundi, 2014, 3 CD.
A falta de DVD podemos recomendar
esta grabación discográfica en la que Vivica Genaux desempeña precisamente el
papel de Rinaldo. Jacobs, gran conocedor del universo barroco, conduce a
cantantes y orquesta con sutileza y rigor sin renunciar al efectismo que
sugiere la acción de la ópera. Jacobs es dramático, lírico, refinado y hasta
jocoso cuando la ocasión lo requiere. El elenco vocal es excelente. Si se
prefiere una versión menos efectista, la mejor sin duda es la de Christopher
Hogwood en Decca, con Cecilia Bartoli y David Daniels en los papeles de
Almirena y Rinaldo.