FARINELLI EN EL OCASO

Yo, Farinelli, el capónes la propuesta que con osado título y perspectiva evidentemente monológica planteó en 2006 el periodista Jesús Ruiz Mantilla en forma de novela y que ahora, reeditada, se lleva a los escenarios en una triple dimensión: dramatúrgica, instrumental y canora, como resultado de la colaboración del director escénico Manuel Gutiérrez Aragón, el actor Miguel Rellán, el ensemble Forma Antiqva y el contratenor Carlos Mena. Una esperada cita en el Festival Internacional de Santander, con carácter de cuasi-estreno –en realidad, el estreno absoluto se produjo hace dos días en El Escorial–, que se resolvió en la noche del viernes con resultado desigual.
El televisivo Miguel Rellán es el encargado de dar vida a un Farinelli que, a medio paso de la muerte, y desde una atalaya de casi ingenuo divismo entreverado de suave sentido del humor, rememora los momentos más sobresalientes de su vida y su carrera musical. Rellán le pone más ganas que entusiasmo a un texto excesivamente largo que en ciertos pasajes le fatiga, y a nosotros con él. En el programa de mano no se especifica quién es el responsable de la adaptación dramática –¿Ruiz Mantilla?–, pero entendemos que una hora y tres cuartos, aun con sus intervalos musicales, pareció una duración excesiva para esta propuesta; es cierto que son muchos los aspectos relevantes en la biografía del castrato Carlo Broschi, pero se transcriben momentos circunstanciales que, de haberse aligerado, hubieran redundado en una mayor fluidez del montaje. Por otra parte, nos sorprendió que la escenografía de la obra –más allá de la iluminación correcta de Félix Garma o del vestuario de época del Farinelli cantante y del Farinelli narrador, a cargo de Micaela Whitton– se redujera a unas maletas que se sacan a escena en la segunda mitad del espectáculo (a la más voluminosa y elevada de ellas se obliga a trepar inexplicablemente al actor, lo que por un momento nos hace temer por su seguridad). No puede dejar de mencionarse a David Gil, que se encargó con gran desparpajo dramático de mover tales enseres.
La parte musical –que rescata arias de los compositores Ariosti, Broschi, Hasse, Handel y Giacomelli– cobró sumo interés en las manos de Aarón Zapico, al frente de sus Forma Antiqva. El director y clavecinista asturiano imprimió su característico sello a los músicos, conduciéndolos con mano firme y versátil, exprimiendo las posibilidades cromáticas de los distintos instrumentos, exhibiendo un dominio exquisito de las dinámicas. En lo tocante a la voz, Carlos Mena no es, seguramente, el cantante cuyo timbre mejor pueda corresponderse con las supuestas acrobacias aéreas del mítico Farinelli, aunque accedemos a aceptar la ficción más contundente que nos plantea. Dejando esto a un lado, Mena hizo gala de su poderosa voz en los registros medio y agudo, algo a lo que ya nos tiene acostumbrados, igual que a sus súbitos descensos, muy contrastados, que se sustancian en una transición bastante menos grata. El contratenor vitoriano sufrió en los arduos pasajes de agilidades, ofreciendo en cambio una faceta más interesante en episodios más dulces, como la bonita transcripción de la anónima ‘Tanta copia de hermosura’, bien resuelta en compañía de la guitarra barroca de Pablo Zapico. Llamó también la atención el hecho de que el cantante se sirviera de partitura en lugar de adoptar una vis más espontánea, desenvuelta y… dramática, que al fin y al cabo era de lo que se trataba.
En suma, nos encontramos ante una propuesta notable y novedosa en su concepto que, sin embargo, necesita redondear y pulir varios aspectos antes de continuar su previsible gira por otras ciudades españolas. No nos cabe duda, dada la profesionalidad de los nombres implicados, de que esa labor se realizará y elevará el tono de este anecdótico Farinelli.