Con un concepto programático en cierto modo circular se presentó en el Festival Internacional de Santander en su segunda jornada la London Philarmonic Orchestra bajo la batuta de Juanjo Mena, con Javier Perianes al piano. Y decimos circular porque recogió a modo de broche y en la misma noche el primer y el último concierto de Beethoven (el 1 y el 5), distanciados por el tiempo, el espíritu y las propias circunstancias personales del genio de Bonn: si el primero en su estreno fue interpretado por el compositor mismo, el último, debido a la sordera de este, hubo de delegarse en Friedrich Schneider; al tiempo, el primero recogía la herencia de la arrolladora musicalidad de Mozart y Haydn, en tanto que el quinto, más allá de sus pasajes heroicos, acusa ese mayor intimismo tan determinante en el Beethoven ya maduro.
Es indudable que acometer la integral de los conciertos para piano y orquesta del sordo genial es una aventura en sí misma esforzada y plausible para los intérpretes, a la vez que enriquecedora para el auditorio, que puede apreciar en dos veladas la infinita riqueza de matices y variaciones que se albergan en estas cinco obras maestras. La LPO ha dejado un grato sabor en la Sala Argenta con sus dos citas, en las que uno de los evidentes factores en común ha sido el buen entendimiento entre la masa orquestal y el piano. Así quedó patente desde el comienzo del Concierto en Do Mayor, op. 15, en que el conjunto, con un sonido perfectamente empastado y homogéneo, de secciones extraordinariamente equilibradas, sin excesos solistas, dialogó con Perianes de manera gentil. Este hizo una entrada correcta aunque tímida en el noble Allegro con brio, para desplegar mayor encantamiento en el Adagio central: sin duda, el onubense resulta mucho más brillante en las páginas más lentas, con mayor atención a la expresividad, descollando el carácter de sosegada confidencia en la bien articulada melodía. El jovial Allegro scherzando final se resolvió con inspirado tono por parte de la orquesta, algo menos desde el piano, con notas emborronadas y un fraseo demasiado seco.
El Concierto en Mi bemol Mayor, op. 73, más conocido como ‘Emperador’, plantea un arduo reto al solista, con el que la orquesta tiene que fluir sin sofocarlo. Perianes recurrió en el Allegro a un volumen demasiado inmodesto, con ataques desproporcionados que se impusieron con excesiva presencia a la masa instrumental. Por fortuna, en el precioso y atmosférico ‘Adagio un poco mosso’ el pianista se recondujo hacia un registro más contemplativo, descendiendo al detalle, deleitándonos con su dinámica, ensimismándose en el laberinto de delicadas sugerencias beethovenianas, dejándonos suspendidos en sus notas que temblaban hasta extinguirse en el límite de sí. Fue este sin duda el pasaje más venturoso del concierto, que se ligó sin transición al Allegro final, con un ritmo más vivaz y optimista en su juego de temas planteados desde el piano que se van respondiendo por la orquesta; Perianes adquirió nuevamente velocidad e intensidad, arrastrando con ello al conjunto orquestal, que exhibió en este rondó el ritmo más desbordante de la noche.
No debe dejar de mencionarse al maestro vitoriano Juanjo Mena, que realizó una magnífica labor de dirección, aportando énfasis y sentimiento a partes iguales, balanceando exquisitamente las secciones de la orquesta y extrayendo todo el color, sin innecesarias estridencias, del excelente conjunto londinense.