CATÁSTROFE A TRES VOCES

No es fácil la aventura teatral acometida por Ainhoa Amestoy sobre el texto de Julieta Soria, Amor, amor, catástrofe, que remite ya desde su mismo título no solo a los versos de Pedro Salinas sino también al complejo engranaje vital en que el escritor funcionó a modo de gozne entre dos mujeres bien distintas y distantes: Margarita Bonmatí, esposa del poeta del 27, y Katherine Reding Whitmore, súbita, intensa y fugaz amante y amada transoceánica. La obra, estrenada oficialmente este miércoles en el Paraninfo de Las Llamas dentro de la programación estival de la UIMP, ha buscado escenario santanderino ex profeso por la especial conexión de Pedro Salinas con nuestra ciudad y además con la entonces llamada Universidad Internacional de Verano de Santander, en la que ejerció como Secretario General, con sumo provecho para la institución.
Soria ha sabido entretejer con sutileza un texto en el que, aun predominando la voz de Salinas –son constantes las citas de sus poemas y de sus cartas a Katherine (el lector curioso puede encontrarlas publicadas en Tusquets)—, hay espacio para otras dos voces más difíciles de reconstruir: la de la propia Katherine, que accedió a dar a conocer la correspondencia que Salinas le remitió, pero omitiendo púdicamente la suya recíproca; y la de la esposa engañada y desdeñada. Aparte, hay menciones a otros poemas de autores diversos, breves y oportunas ráfagas musicales y anécdotas reales que la dramaturga ha podido cotejar con testimonios de personas que conocieron de cerca a los implicados en esta historia de una catástrofe anunciada. Todo ello podría haber dado lugar a un torpe pastiche de elementos superpuestos, y muy al contrario, lo cierto es que el texto se articula con equilibrio y fluye con un ritmo implacable, desprendiendo sensibilidad, emoción… y una ingente aunque sobria dosis de melancolía. Más allá de la mera exposición de los hechos, Julieta Soria ha logrado ofrecer un atinado retrato de sus tres protagonistas, mostrándonos a una Margarita devastada por las convenciones sociales de su tiempo, a una Katherine independiente, brillante y admirablemente consciente del dolor que su relación causaba, y a un Salinas excepcional desde la perspectiva de la creación –no en vano su obsesión por Katherine legó a la literatura española algunos de sus poemas de amor más hermosos e intensos– pero bastante deficiente en el manejo de su circunstancia personal.
Ainhoa Amestoy se encarga con acierto de este complejo material mediante una dirección muy limpia que subraya el aislamiento físico y espiritual de los tres personajes. Los elementos escénicos –unas mesas separadas y una iluminación orientada a reincidir en ese concepto de “solitariedad”– son suficientes y coherentes; se agradece, de hecho, esa parquedad, que puede ser la misma de las estancias del alma. 
En cuanto al trabajo de actores, Lidia Otón resultó sin duda la más convincente en su papel basculante entre la amargura, la desintegración y la resignación; da mucho en escena y consigue elevar el personaje teatralmente menos agradecido de la obra. Juan Cañas nos ofrece un Salinas unas veces un poco desconcertante, otras un poco precipitado, otras incluso un tanto ampuloso; heterogéneo, en suma, aunque solvente en conjunto. Por su parte, Lidia Navarro aporta escasa expresividad; necesita moverse con más naturalidad, proyectar mejor su voz, iluminarse e iluminarnos, hacernos creer que de verdad es Katherine, la mujer musa con la que Salinas quería vivir tan sólo en los pronombres. 
El recorrido de Amor, amor, catástrofe acaba de comenzar, y en su trayecto algunos aspectos sin duda cambiarán, se pulirán. Estamos ante un bello texto y un buen montaje, también ante una historia que conmueve con su verdad, y por todo ello merece más tablas y más espectadores.