ESPLENDOR FRANCÉS CON LA BELLEMONT

En un entorno casi específicamente diseñado para la ocasión, el todos los años muy esperado ciclo de músicas de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo se estrenó este martes con una cita de lujo: música de la corte barroca francesa interpretada en el gran salón del Palacio de la Magdalena. En este entorno áulico el grupo español La Bellemont, integrado por Sara Ruiz (viola da gamba), Laura Puerto (clave) y Rafael Muñoz (cuerda pulsada), recorrió de nuevo este camino que ya tiene muy transitado –La voix de la viole–, sin por ello decaer lo más mínimo en interés o dedicación. Lejana queda ya su primera grabación –reveladora—para el sello Brilliant con ese casi idéntico, exquisito y evocador repertorio; un disco que los colocó inmediatamente en el panorama de los “jóvenes grupos historicistas” con sólida formación y relevante capacidad de interpretación.
La voz de la viola, sus registros tan semejantes a los de la voz humana, nos condujo por el sendero que en su día señalaron Marin Marais, Forqueray o De Visée. Tonos ora melancólicos, ora nostálgicos, ora entusiastas, ora angustiosos, ora reflexivos. La Bellemont nos arrastró en un oscilante columpio desde la brillantez más ostentosa del vanidoso Marais, sobrevolando un inquietante Laberinto, hasta llegar a su emocionante y humilde susurro final por la muerte del Señor de Saint Colombe, el austero maestro que conoció poco más allá de su cabaña. Frente al ángel Marais, el demonio Forqueray tenía que estar presente para equilibrar la bondad de la velada, y así fue como escuchamos La Couperin, sin olvidar a De Visée y su preciosa obra Les Bergeries de Mr. Couperin.
Sara es expresiva, minuciosa y entregada en su interpretación. Salvando algún momento de afinación difícil, en conjunto resultó elegante, incluso en las piezas más virtuosas, como en las célebres Folías de España, siempre con una sonoridad controlada, menos expansiva que otras grabaciones bien conocidas de este repertorio. Su arco es diáfano y sutil. El bajo continuo fue excelente: la cuerda pulsada arropó con calidez y sabiduría a la viola, sobresaliendo en su primorosa lectura de Les Bergeries de Visée. El clave, siempre atinado y de muy bello color, tuvo un momento glorioso en su condición de solista en La Couperin. Fue destacable la compenetración de los miembros del ensemble y su evidente disfrute, que supieron transmitir al público presente, al que además obsequiaron con un estiloso rondeau fuera de programa como fin de la soirée.
Excelente concierto, pues, que es de esperar que haya servido de pórtico a una serie de gratas veladas musicales del estío universitario que se inicia.