Francesco Cavalli,
nacido en Crema pero veneciano absoluto de adopción, está viviendo este 2019 su
época de oro, a pesar de no coincidir en él ninguna de las efemérides usuales
que sacuden el polvo cada cien años a autores grandes pero muchas veces
relegados. Tras la fantástica Calisto
que pudimos admirar hace escasas semanas en el Teatro Real de Madrid, llega al
Palacio de Festivales de Santander un casi monográfico sobre el compositor de
la mano de unos intérpretes de primera línea: Philippe Jaroussky en compañía de
su Ensemble Artaserse. Debemos arrodillarnos y felicitarnos de que, con tantos
conciertos de altísimo nivel como se suceden en las comunidades autónomas
vecinas, con las que se podría establecer algún acuerdo para mejorar nuestra
precaria programación, al menos por una ocasión a alguien se le haya ocurrido
que, ya que Jaroussky venía a Oviedo y Bilbao, también se podía pasar por
Santander. Y así fue y dejó la huella esperable: la que dejan los artistas que
lo son con todas las letras, los que no fallan porque, sencillamente, su
técnica es impecable y su sensibilidad artística los sitúa por encima de
cualquier extravagancia.
A pesar de que el
Barroco empieza a ser cada vez más querido y apreciado en nuestros auditorios,
aún es mucho el camino que queda por recorrer, y hay que admitir que el
concierto que Jaroussky y el Ensemble Artaserse ofrecieron el jueves en
Santander no fue fácil. Cavalli, ese compositor maravilloso que es un puente genial
entre la ópera al estilo de Monteverdi y la ópera al estilo de Handel, no
figura entre los más conocidos por el público. Sus obras están llenas de gracia
y ligereza —posee un espíritu burlón que lo convierte en un satírico adorable—,
aunque tampoco es ajeno a los afectos más serios cuando estos son necesarios.
Pero un concierto de hora y media de don Francesco es exigente para los músicos
y para el público. Pues bien: nadie se movió, nadie tosió y en cambio sí que
hubo aplausos a raudales en una sala Argenta bastante llena. Finalmente, vamos
a tener razón los que decimos que lo que hace falta para que el Barroco guste
más es escucharlo más y programarlo más, pero con la debida dignidad.
Jaroussky es un
contratenor que ha ido creciendo progresivamente. No es una estrella súbita, ni
necesita de efectos de márketing para hallarse donde está. Su carrera es la de
un músico cuidadoso y constante que ha sabido sacar lo mejor de sí con
sabiduría y trabajo concienzudo. Hoy, Jaroussky es uno de los más grandes y lo
demuestra sin errar en cada escenario que pisa como lo ha demostrado en
Santander, en un concierto con una voz casi imposible, de proyección perfecta,
de dominio total de la respiración, de agilidades encantadoras, de elegantísimo
fraseo, de transiciones imperceptibles, de pianissimi
delicadísimos, de brillante coloratura. A qué seguir. En compañía del
contratenor, como se ha dicho, los doce integrantes del Ensemble Artaserse
dieron una lección de buen hacer, de contenido —en su mejor acepción— entusiasmo,
exhibiendo empaste y precisión, integración emotiva, una variada paleta de
colores y una perfecta compenetración con el cantante.
Por fortuna, el
concierto estuvo concebido sin interrupciones, salvo un descanso intermedio,
para evitar los molestos aplausos tras cada pieza. Bajo el título general de
“Ombra mai fù”, preciosa aria del Xerse
cavalliano que acabaría inmortalizando bajo su peculiar toque el Caro Sajón en
su ópera posterior del mismo nombre, se sucedieron sinfonías, breves
recitativos y arias de diversas óperas de Cavalli, además de la bellísima Passacaglia de Marini —otro de esos
monstruos musicales que aún no se encuentra suficientemente reivindicado—. En
general, se percibió que los músicos propusieron un programa de contrastes
donde se apreciaran los diferentes registros de Cavalli. Hubo un ligero cambio
en la segunda parte, donde el aria de La
virtú de’strali d’Amore dejó pasó a una del Pompeo Magno. Quizá quepa decir que, con independencia de su
extraordinario gracejo en piezas como el celebérrimo “Che città” o “La
bellezza, un don fugace”, fue en las arias más melancólicas fue donde más
estremeció Jaroussky: portentosos resultaron su “Lamento de Ciro” o su “Io
resto solo?”.
Los aplausos
incesantes arrancaron a los músicos ya agotados un precioso Monteverdi (“Si
dolce è’l tormento”) y otra breve aria de Cavalli. En todo caso, quienes
quieran prolongar el placer de una noche excelente, pueden acudir al
recentísimo disco del mismo título publicado por nuestros músicos hace apenas
un mes en el sello Erato.