LA MAESTRÍA DE LOS NÓMADAS

Sus propios orígenes, en tránsito constante entre Chile y España, con un vasto océano que atravesar por medio, sirven de punto de partida a la última propuesta de la compañía «La llave maestra», que hace honor a su nombre al concedernos acceso a un exquisito mundo de ensoñación, sentimientos y lirismo reunido bajo el significativo título de Nómadas. En el marco de la 29 Muestra Internacional de Teatro Contemporáneo pudo disfrutarse este viernes en la Sala de Medicina uno de los espectáculos más completos y estimulantes que hemos presenciado en nuestra región en los últimos meses.
Nómadas es una producción multidisciplinar, difícil de etiquetar y sin embargo coherente. Bebe del espíritu del circo —ese circo que en los últimos tiempos empieza a constituir lenguaje artístico cada vez más atractivo y elaborado: me viene a la cabeza una conexión con la compañía francesa «Le cirque invisible»—, pero también del ilusionismo, del mimo, del teatro corporal y objetual, de la danza, de la lírica muda y del absurdo. Si el planteamiento es sencillo —una sucesión de sketches más o menos aislados aunque levemente conectados por las diferentes sensaciones que suscita la idea del viaje: el dolor de la partida, la nostalgia, los encuentros casuales, el contacto con culturas inexploradas, la correspondencia, los equívocos, las dificultades intrínsecas del hecho mismo de viajar, la fragilidad del viajero…—, en cambio es complejísimo el delicado engranaje de relojería por el que funcionan a la perfección todos y cada uno de sus elementos. Los actores de «La llave maestra» exprimen hasta la última gota cada uno de los objetos que emplean en escena: desde las desmontables cajas de cartón que reconvierten en viviendas o máscaras, pasando por los plásticos de burbujas que tan pronto sirven para embalar un cuerpo como para dar forma a un monstruo mitológico, hasta unas meras cucharas convertidas en orientales ojos rasgados o unos abrigos que manejados con absoluto dominio dan lugar a un hilarante vodevil. El secreto de Nómadas estriba, sin duda, en la universalidad de su propuesta, en la sucesión de gags inteligentes e imprevisibles, en la presentación de escenas conmovedoras, risibles, inquietantes y perturbadoras, en la apelación a la inocencia más recóndita del espectador. Pero no hay que dejar de lado la cantidad de horas de trabajo que se adivinan detrás de cada movimiento exacto, cada resorte que salta en el segundo preciso, cada objeto que realiza la trayectoria prevista; todo ello con la más insultante naturalidad. Únicamente cabe achacar al montaje una cierta reiteración en su parte final, por la que quizá nos sobran unos diez minutos de duración.
Por lo demás, irreprochable también el vestuario (Edurne Rankin), la iluminación (Álvaro Morales) y la música seleccionada (Gorka Pastor). Y, por supuesto, la dirección (Rankin y Morales) y la interpretación (Francisca Artaza, Max Pertier y Edurne Rankin). Deseemos buen viaje a los nómadas, en la esperanza de que un nuevo golpe de mar los haga regresar a nuestra orilla.