Recuerdo
una conversación reciente mantenida con el maestro Biondi en que me dijo que él
era un mero siervo de la música. De ser cierto, no tantos compositores tendrán
la fortuna de contar con siervos tan aventajados como Vivaldi, quien siempre ha
gozado de la impecable y fiel servidumbre del violinista palermitano. Muchos
son ya los años —las décadas— en que Biondi nos ha acercado con mano magistral
hasta la producción inagotable del Prete Rosso, y algunos de los registros
vivaldianos más bellos que conocemos han salido de su violín y de su grupo,
Europa Galante. Por lo demás, Biondi no solo ha abordado el repertorio
veneciano, sino que ha explorado el Barroco en muchas dimensiones y espacios.
Especialista en no quedarse en la mera superficie de las cosas, Biondi siempre
ha indagado en las relaciones entre unos músicos y otros, en la evolución o
contaminación de estilos, en la recuperación de autores que las modas o
investigaciones no muy concienzudas han dejado en los márgenes de la música
interpretada en auditorios de hoy.
De
todo ello fue paradigma perfecto el espléndido concierto ofrecido por el
violinista y su grupo en la noche del lunes, en una casi llena Sala Argenta
dentro del marco del Festival Internacional. En esta ocasión, Biondi ligó las
relaciones entre la música italiana y vienesa del XVIII a través de la biografía
vivaldiana, desde sus comienzos deslumbrantes, su posterior estancia austriaca
y su casi inmediato acabamiento —musical, económico y físico—, a la vez que su
coincidencia en el tiempo con músicos como Galuppi, Reutter, Holzbauer o
Reinhardt.
Los
programas de Biondi, precisamente por su complejidad, son largos, y no vamos a
desgranar aquí todas las piezas abordadas por el maestro de Palermo. Cabe
subrayar el absoluto dominio del repertorio por Europa Galante, con su sonido
pulquérrimo, pulido, equilibrado y brillante —marca de la casa—, destacando el
delicioso Concierto RV222 para la Signora Chiara, las partes solistas de
flauta de un muy dulce y atinado Marcello Gatti en el Concierto para flauta en
Re Mayor de Holzbauer y, quizá en especial, una rareza subyugante: la Sonata
para cuatro violines y bajo continuo de Reinhardt, que aunó perfección,
delicadeza y emoción mayúsculas. Aparte, Biondi y su Guarneri brillaron como de
costumbre en los movimientos rápidos, con su técnica impecable, con escalas increíbles,
con esas ornamentaciones habituales suyas, tan caprichosas como sin embargo
contenidas y magistrales, y sobremanera en los movimientos lentos de los dos
conciertos finales de Vivaldi (RV189 y RV367), en que se pudo apreciar la
conmovedora hondura y reflexión del compositor veneciano en su intuida
despedida de la música y del mundo.
Al finalizar el concierto, Biondi se dirigió al público para explicar las líneas conductoras del programa y obsequiarnos con una auténtica y rara maravilla: según él, el adagio más hermoso de Vivaldi, perteneciente a una pieza para violín y doble orquesta (RV372) compuesta por el cura pelirrojo para la célebre huérfana Chiara, «Chiaretta del violino». Ciertamente lo fue. Y también la noche entera.
Al finalizar el concierto, Biondi se dirigió al público para explicar las líneas conductoras del programa y obsequiarnos con una auténtica y rara maravilla: según él, el adagio más hermoso de Vivaldi, perteneciente a una pieza para violín y doble orquesta (RV372) compuesta por el cura pelirrojo para la célebre huérfana Chiara, «Chiaretta del violino». Ciertamente lo fue. Y también la noche entera.